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Un buen día de 1958 el entonces alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza, se paró junto a otros prohombres de la ciudad a tomarse un «kiko», que era vino de la tierra con limonada y que recibía ese nombre porque se tomaba en el «Kiosko Kiko», en plena playa de Levante. Hacía ya dos años que Zaragoza había decidido convertir Benidorm en un emporio turístico curtido de rascacielos y aquel día el alcalde y sus acompañantes se sentaron junto al mar y, copa en mano, idearon el Festival de la Canción, con el ánimo de pregonar el nombre del nuevo paraíso del ocio por los cuatro puntos cardinales. El festival se celebró por primera vez un año después, en el 59, en una edición a la que se presentaron nada más y nada menos que 1.325 participantes entre los que hubo que efectuar una criba. El invento fue bien desde el principio. Como la propia ciudad.

Tanto tiempo después, Benidorm homenajea aquella iniciativa, que es tanto como homenajearse a sí misma. El Ayuntamiento ha desempolvado de algún sitio todos los carteles anunciadores de las diferentes ediciones del certamen y los ha organizado en una exposición. Lo ha hecho porque el domingo actúa en la ciudad Raphael, quien fue el ganador de la edición de 1962. Aquel triunfo del que ahora se cumplen 50 años, supuso su despegue musical.

La concejala de Patrimonio Histórico, Eva Mayor, subrayó que la muestra quiere demostrar «cómo la cultura puede ser un motor para el desarrollo del turismo». Era la cultura de la época, claro. Basada en la canción melódica que se había importada en Italia y que hizo furor en los años 60 y 70, las décadas de gloria del festival, las de la generación del guateque y las primeras fiestas nocturnas: en el 68, el concurso lo ganó Julio Iglesias; en el 73, Emilio José. En aquellas veraniegas noches del «tardofranquismo» cantaron también artistas que alcanzarían relumbrón y fama como Dyango, y otros cuyo nombre el tiempo ha olvidado. Y mientras los lentos acordes del festival sonaban cada año y Benidorm se colaba a través de la televisión por todos los hogares del país, el emporio turístico construía más rascacielos que soñaban con tocar el cielo, atraía a turistas de media Europa y abría discotecas que sirvieron noches de juerga disfrutadas en decenas de idiomas.

El certamen formó parte de aquellas quimeras y sirvió para ubicar la ciudad en el mapamundi, hasta el punto de que se integró en el denominado Festival de Canción Ligera de Iberoamérica que, además de en Benidorm, también se celebraba en la remota localidad chilena de Viña del Mar; y hasta el punto de que Concha Velasco protagonizó la película «Festival de Benidorm», que no ganó ningún Oscar, claro, pero que sirvió para lo mismo, para lo que hacía ya años había ideado Zaragoza mientras se tomaba aquel trascendental vino con limonada: para vender una ciudad y una forma de ser. «La exposición rememora aquellos tiempos en los que Benidorm creció en turismo y creció en urbanismo», resumió ayer Mayor.

Ahora bien, todo tiene un ocaso. Y la canción melódica no fue una excepción. Los carteles de finales de los años 70 evocan ya un festival en decadencia, falto de público, más cutre, sin apenas «glamour». Dejó de celebrarse en 1985. En 1994, hubo un intento por resucitar el invento de la mano de Maruja Sánchez la tránsfuga exsocialista que pocos años antes había entregado el poder municipal al PP, pero aquellos festivales de los noventa, un poquito más «pop», como si adelantaran la fórmula de Operación Triunfo, no llegaron a cuajar. El modelo vivió su última fiesta en 2006. Después, Benidorm tuvo que buscarse otros grandes eventos hasta desembocar en el actual «Low Cost», el certamen de música de masas que ahora constituye su seña de promoción.