Montesa. La orden militar de Santa Maria de Montesa —una de las cuatro órdenes militares de la España moderna— no fue tan aguerrida como quiere el mito. Tras diez años de investigación para su tesis, el historiador Josep Cerdà ha logrado identificar a los 661 miembros de la orden en el siglo XVII. Entre los caballeros, los funcionarios doblaban a los militares.

Es sabido que la orden militar de Montesa estaba formada por monjes y guerreros y que —tras ser fundada en 1319 por Jaume II, el Just— se convirtió en una de las cuatro órdenes militares de la España moderna, así como en una de las instituciones más emblemáticas y rodeadas de leyenda del Regne de València. Su esplendorosa etapa medieval ha sido ampliamente estudiada. Pero ahora, el historiador Josep Cerdà ha puesto el foco en el siglo XVII para analizar las singularidades de una época en la que, pese a no producirse episodios bélicos, la orden vivió el periodo con más caballeros y religiosos de su historia. Eso sí: sus miembros no eran tan guerreros como se creía.

Durante diez años, Josep Cerdà ha realizado una exhaustiva investigación para su tesis doctoral con el objetivo de averiguar quiénes fueron los miembros de la orden militar de Montesa en una de sus etapas más desconocidas: la que va desde 1592, momento en que la orden valenciana pierde su independencia y se incorpora a la Corona española de Felipe II (como ya había ocurrido con las órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara), hasta 1700, año de la muerte del último monarca de la casa Austria.

Pero no sólo ha sido una cuestión de nombres, sino de conocer la familia, los cargos, la graduación académica y el perfil de cada uno de los agraciados con el prestigioso hábito de Santa Maria de Montesa: el manto blanco con la cruz roja de Sant Jordi. La finalidad era radiografiar mejor la institución en el siglo XVII. Y el resultado ha deparado una gran sorpresa.

Josep Cerdà ha identificado a 661 miembros de la orden de Montesa en el siglo XVII: 431 caballeros, 205 religiosos y 25 frares barbuts. En cuanto a la adscripción social de los caballeros, el investigador ha descubierto una «discreta presencia» de la milicia dentro de la orden militar de Montesa. Ya no contaba con aguerridos militares, sino que predominaban los burócratas Sólo un 18 % de los caballeros de la orden —ingresados a partir de la incorporación de la orden a la Corona— lucía en el currículum servicios en el Ejército. En cambio, más del doble, el 39 %, ejercieron en algún momento de su vida cargos en la Administración.

La conclusión que firma el investigador de Montesa es sorprendente: «Dejando de lado aquellos que contaban con algún antecedente [familiar] en las órdenes militares —que fueron más de la mitad de los cruzados—, los caballeros miembros de la Administración fueron el grupo más abundante entre los cruzados de Montesa a lo largo del siglo XVII».

Prestigio «caballeresco»

Es cierto que, en aquel momento, los caballeros cruzados de Montesa todavía gozaban de un prestigio instalado en el imaginario colectivo: representaban «el ideal caballeresco», el espíritu de cruzada y el de lucha contra el Islam y la garantía de pureza de sangre que obtenían aquellos que integraban el selecto grupo de los caballeros de las órdenes militares.

Pero la fama guerrera bebía más del pasado y la leyenda que de la propia realidad. Ya hacía tiempo que los cavallers de Montesa sólo llevaban la espada como complemento puramente decorativo. La última acción bélica en la que intervino la orden de Montesa fue en la conquista de Granada de 1492. Su fama guerrera se remontaba a las cruzadas del siglo XIV y a sus batallas puntuales del siglo XV en favor de la Corona, como las empresas de ultramar de Alfons el Magnànim. Pero los caballeros pronto iban a verse reemplazados dentro de la orden.

La investigación ha revelado «tensiones frecuentes» entre frailes y caballeros por motivos jerárquicos y jurisdiccionales. El fenómeno tuvo una doble consecuencia: «El grupo de caballeros, cada vez más ausente y cada vez más extraño, fue decreciendo progresivamente en el Setecientos en beneficio de otras corporaciones nobiliarias, como la orden de Carlos III o la Real Maestranza de Caballería de Valencia», al tiempo que «los religiosos de la orden de Montesa fueron asumiendo progresivamente el control de la orden», subraya el investigador.

El escaño en las Corts

Durante el siglo XVII decayó el carácter militar de la orden, pero continuó participando activamente en la política general del Regne de València gracias a su escaño en las Corts, donde, después del arzobispo de Valencia, su representante se colocaba por delante de obispos, abades y miembros de otras órdenes militares. El prestigio de los cruzados de Montesa fue en declive. «Igual que ocurrió con la lengua o los títulos nobiliarios en caso de mezcla —explica Josep Cerdà—, fueron prefiriéndose los hábitos de Castilla antes que los del propio Regne».

La orden militar de Montesa conservó durante el siglo XVII su exclusividad valenciana, singularidad que se mantuvo —apunta el investigador— durante el reinado de Felipe V. Ahora bien: a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la castellanización de la orden era ya un hecho imparable.

Cedida por intereses del maestre y moneda de cambio para la Corona

El último maestre de la orden de Montesa, artífice de su incorporación a la Corona española, fue Pedro Luis Galcerán de Borja. La tesis doctoral de Josep Cerdà —titulada «Els cavallers i religiosos de l’orde de Montesa en temps dels Àustria (1592-1700)» y calificada con «Excelente cum laude»— subraya que «se suelen olvidar los componentes de promoción social y las compensaciones económicas que la renuncia al maestrazgo proporcionó al personaje: posible capelo cardenalicio, comanda major de Calatrava, virreinado de Cataluña, pensiones sobre la mensa a su disposición».

Al final, la orden valenciana pasó a depender de la Corona española. Y fue utilizada por los Austria para obtener dinero. Felipe II inició la tendencia de otorgar los hábitos de Montesa para premiar fidelidades. Felipe III lo usó también para recompensar a burócratas fieles. Felipe IV vio que la venta de hábitos servía para aliviar la hacienda estatal. Y con Carlos II, el último Austria, el hábito se consolidó como moneda de cambio. p. cerdà valencia