¿La democracia tal como está concebida tiene solución o es tal la desafección ciudadana y la degradación del sistema que el daño es irreparable?

Claro que tiene solución. Los políticos han de hacer un esfuerzo importante por conectar con las inquietudes, sentimientos y problemas que tienen en vilo al ciudadano. En Cataluña, por ejemplo, preocupa el paro y la economía y no otras cosas. Y los políticos han de hacer sacrificios antes de pedirlos.

¿La corrupción es un problema de sistema, de los partidos o de las personas?

Creo que ni siquiera es un problema de los partidos. Es de las personas. El que no es corrupto no se deja corromper, con independencia del sistema en el que ejerza.

¿Esa crisis de ética pública que apunta es peor que la económica?

Hay una crisis económica, política y moral. Además, hay un Estado voluminoso e inviable y para buscar la solución no hay que cambiar la Constitución, basta con aplicarla, como he dicho. Hay que reconstruir la vida pública para acabar con ese déficit ético. Para ello hace falta un nuevo espíritu, nuevos valores y una clase política no profesionalizada que anteponga la nación a la carrera personal. Una política ética que apueste por la nación española como en la Constitución de Cádiz, o en la de 1978. Como dice nuestro himno, ofrendar glorias a España.

¿Ese profesionalismo de la política que usted denuncia tiene algo que ver con una mayor incidencia de la corrupción?

No sé si tiene que ver. Pienso que es bueno que no se entre en política para perpetuarse. En Estados Unidos, la gente entra y sale de la política. En ese sentido Esperanza Aguirre tenía razón cuando lamentaba que algunos son profesionales de la política. Los políticos nunca deberían ser profesionales, no vivir de la política sino estar en política.

Ha reivindicado el valor del consenso. ¿Un gran pacto contra la corrupción como propone el Gobierno sería efectivo?

Me parece bien que haya un pacto contra la corrupción, igual que uno por la reforma electoral, otro por el agua, para que cada Gobierno no cambie la política hidrológica del anterior,o un pacto por la educación. Los partidos han de demostrar generosidad de espíritu para reconstruir consensos. En la Transición había bastantes más distancias ideológicas, por ejemplo entre UCD y el PCE, que ahora y fuimos capaces de llegar a acuerdos. Cada uno sacrificó muchas ideas e intereses, empezando por el Rey.

¿Es peor la crisis de ética pública que la económica?

Hay una crisis económica, política y moral. Además, hay un Estado voluminoso e inviable y para buscar la solución no hay que cambiar la Constitución, basta con aplicarla. Hay que reconstruir la vida pública para acabar con ese déficit ético. Para ello hace falta un nuevo espíritu, nuevos valores y una clase política no profesionalizada que anteponga la nación a la carrera personal. Una política ética que apueste por la nación española, como en la Constitución de Cádiz, la de 1978 o, como dice nuestro himno, ofrendar nuevas glorias a España.