El 4 de febrero de 1889 la compañía francesa encargada de construir el Canal de Panamá era liquidada, dejando el titánico proyecto casi abandonado y a más de 85.000 accionistas en la ruina. Tres años antes, el valenciano José Campo Pérez „Marqués de Campo desde 1874 por gracia de Alfonso XII„, le había ofrecido a Ferdinand de Lesseps, impulsor del canal panameño, los 400 millones de francos que necesitaba para terminar el proyecto, a cambio de cederle la ejecución de las obras y de que uno de sus buques fuera el primero en pasar del Atlántico al Pacífico cuando estas hubiesen terminado.

Así al menos lo contó el ingeniero, también valenciano, Gabriel Moreno Campo en un escrito publicado en 1896 para proponer una solución a la vía muerta en la que, por entonces, estaba la infraestructura interoceánica. Moreno Campo asegura que Lesseps rechazó la oferta del que había sido alcalde de Valencia porque no estaba dispuesto a ceder la contrata de las obras. En 1893 el diplomático y empresario francés fue condenado por la quiebra de la compañía del canal y un año después moría en su casa rechazado por la sociedad que tras la construcción del Canal de Suez le había ensalzado como un héroe.

El Canal de Panamá, que, tras el fracaso francés, Estados Unidos retomó y concluyó en 1914 y del que recientemente se cumplieron 99 años desde su inauguración, fue uno de los proyectos más ambiciosos de aquel siglo XIX en el que la humanidad, empujada por la ciencia y el optimismo positivista, dio algunos de sus pasos más importantes. Unir los dos océanos a través del istmo panameño para evitar la pérdida de tiempo y dinero que suponía rodear en barco el continente americano, ya fue un sueño de los conquistadores españoles y en pleno siglo XXI sigue en la mente de políticos y empresarios que quieren hacerle la competencia a eta vía de navegación.

El Marqués de Campo „senador vitalicio, empresario, tratante de esclavos (negocio que ya era ilegal por aquel tiempo) y propietario de una naviera que llegó a contar con 25 buques con los que comerciaba por todo el mundo„, tuvo claras desde siempre las ventajas de aquel ambicioso plan, sobre todo para él, y por eso fue uno de los más importantes accionistas (no francés) de la compañía de Lesseps. Pese a todo, cuando en 1886 el impulsor del canal montó una expedición de grandes inversores europeos para visitar las obras en Panamá, se olvidó del empresario valenciano y del resto de subscriptores españoles.

Ante este «olvido», Campo organizó su propia expedición para comprobar el avance del proyecto y verificar si eran ciertos los problemas que ya empezaban a trascender. «El opulento banquero „informaba La Correspondencia„ cuyos arranques patrióticos son bien conocidos, ha tenido la feliz inspiración de subsanar el olvido en que se ha tenido a España al tratarse de convertir en hecho práctico el proyecto grandioso de la ejecución de las obras del Canal, que los españoles fueron los primeros en idear y concebir, y que se está realizando en territorios sembrados de recuerdos y gloriosas tradiciones nacionales».

El ennoblecido empresario no participó en la «comisión científica» (por entonces tenía ya 76 años) pero puso a su disposición todo su peso económico, además del vapor Magallanes. «¡Hay que dejar bien sentado el pabellón español! Mi caja está abierta para que así suceda. No reparen en gastos», dijo Campo cuando la comisión partió hacia América. Así lo cuenta el periodista valenciano Francisco Peris Mencheta, miembro de aquella comisión sobre la que dejó escrito un libro „«De Madrid a PanamỄ contando los pormenores del viaje, sus impresiones sobre el paisaje y sobre las obras del canal.

Pese a no haber invitado a los españoles, la confianza que Peris Mencheta y el resto de la expedición tenían en el genio de Lesseps era inquebrantable. «Es la garantía de que el Canal se terminará en un corto periodo de años. A la confianza que inspira su nombre á los principales banqueros del mundo, se debe el éxito de las colosales obras que acomete. No depositan en vano su confianza los capitalistas en Mr. Lesseps, puesto que él expone más que aquellos; expone su vida, cuando es preciso, para que no sufran quebrantos los intereses á su acometividad confiados».

Lo que aún no sabían ni los españoles ni el resto de capitalistas europeos es que el emprendedor francés había errado de lleno al pensar que los métodos que le habían hecho triunfar en el desierto africano para levantar el Canal de Suez iban a servir igual en la selva panameña. Lesseps planteó un canal «a nivel» (y no con esclusas como después hicieron los norteamericanos), lo que le obligaba a excavar trincheras, extraer cantidades ingentes de tierra y dinamitar montañas como el Cerro Culebra. Esto, unido a las epidemias de malaria y fiebre que diezmaron el número de trabajadores, y un terremoto que en 1882 sacudió el istmo, habían ido mermando los fondos de la «Compagnie universelle du canal interocéanique de Panama» hasta llevarla a la bancarrota.

Pese a su fe en Lesseps, Peris Mencheta también fue testigo de todos los contratiempos y concluyó que el canal se terminaría, pero no en el plazo establecido. «Siendo así; y no fallando dinero, mucho dinero, y negros, muchos negros, posible es que á fines de 1889 crucen el Canal interoceánico los primeros buques; empero no es dable, á juzgar por las impresiones que oimos á personas competentes, que antes de 1892 pueda considerarse terminada obra tan grandiosa».

Planeó otro canal en Nicaragua

A la vuelta del Magallanes a España, y una vez atendidas las conclusiones de la «comisión científica» por él enviada, el Marqués de Campo ofreció los 400 millones de francos a Lesseps y éste los rechazó. Según explicaba Gabriel Moreno, el capitalista valenciano pensó entonces en abrir otro canal en Nicaragua, pero la muerte le sobrevino en 1889. «Sentimos, y no queremos pase sin protesta, que pudiéndose terminar el Canal dentro del siglo XIX á haber creído Lesseps al marqués de Campo, finalice el siglo sin la obra, por no haberse entendido estos dos genios á quienes hará justicia el siglo XX».