Fue el párroco de San Valero y San Vicente, el padre José Verdeguer, el que durante la homilía del día del mártir (22 de enero, parroquia de Cristo Rey) reclamó la rehabilitación del monasterio de San Vicente de la Roqueta y la excavación del suelo donde se levanta, pues debajo del mismo, a sus pies, puede estar la tumba de San Vicente y los restos de la iglesia paleocristiana que se construyó en su memoria.

También los vicentinos, en todas sus formas, defienden la pervivencia del monasterio y la búsqueda de los restos del santo, al que debería ser dedicado todo el complejo una vez restaurado. No en vano, quieren que este lugar sea lugar de peregrinaje para la cristiandad.

Nadie duda, pues, de que éste es el lugar donde fue martirizado y enterrado el joven diácono San Vicente. Pero ¿eso está científicamente documentado? ¿Es necesaria una excavación que ponga en valor el que se considera origen de la iglesia valenciana? La respuesta es sí. «Podemos decir al 90 % que en ese punto fue enterrado San Vicente y que el cuerpo permanece allí», aseguró Albert Ribera, responsable de arqueología del Ayuntamiento de Valencia. A su juicio, esta opinión «está respaldada por la tradición, la historia y la arqueología», por lo que su propósito sigue siendo volver a excavar la Roqueta en busca de la tumba del mártir y la iglesia paleocristiana que la enmarcó.

El martirio

La historia dice que durante la última persecución de Diocleciano a los cristianos, entre los años 303 y 305, su representante en Hispania fijó sus objetivos en Caesaraugusta, nombre romano de Zaragoza. Allí ordenó detener al obispo de la diócesis, Valero, y al diácono Vicente, siendo ambos enviados a Valencia para ser juzgados.

Al primero se le condenó al destierro y para el segundo se dispuso la muerte. O mejor dicho, el martirio para que adjurara de sus creencias y el sacrificio.

A partir de aquí ya entra de lleno la tradición, muy importante si se tiene en cuenta que la epopeya del joven diácono corrió como la pólvora por toda Europa. La leyenda dice que fue martirizado en la rueda de desmembramiento y sobre un lecho de cascotes cerámicos que a su muerte se convirtieron en flores. Luego fue arrojado al campo para que su cuerpo fuera devorado por las alimañas, pero un cuervo lo evitó. Y finalmente fue atado a una piedra de molino y arrojado al mar, de donde milagrosamente también salió para ser enterrado finalmente en el área de lo que hoy es la Roqueta, que recibió precisamente ese nombre por uno de los episodios del martirio.

Lo normal, por tanto, es que en este lugar siga estando la tumba del mártir e incluso los restos de otras construcciones vinculadas a la misma. Y para salir de dudas, en los años 1985 y 1986 se hicieron las primeras y únicas excavaciones del suelo, un trabajo corto pero muy fructífero que «terminó de cuadrar todas las sospechas», dijo Ribera.

El sarcófago de plomo

En esas excavaciones, en un ala del monasterio y ya casi debajo de los muros de la iglesia, se encontró a tres metros de profundidad un ataúd de plomo en cuyo interior permanecían los restos de una mujer. También se localizaron tres enterramientos más con varios esqueletos. Ninguno es San Vicente, pero el hallazgo permite cuadrar hipótesis.

Los estudios han demostrado que estos enterramientos, por el tipo de sarcófago, se corresponden con finales del siglo III y preferentemente principios del IV, justo cuando murió San Vicente (304). Se deduce también que allí había un cementerio y lo normal también es que hubiera un área paleocristiana cuyo eje fuera la tumba de un mártir.

¿Por qué de un mártir? Muy fácil. Ribera explica que los ciudades romanas solían tener cuatro accesos (uno por cada uno de los puntos cardinales) y cementerios a la salida de estas vías. Únicamente los mártires cristianos eran enterrados alejados de la ciudad, como es este caso, ya que la puerta más cercana en aquella época se situaría en lo que hoy es la Plaza de la Reina.

Constatada esa teoría, la historia hace pensar que en los siglos posteriores se construyera en ese punto la iglesia paleocristiana que también debería encontrarse bajo la Roqueta.

A principios del siglo IV se produce la última persecución de los cristianos, como se ha dicho, y un siglo más tarde, en el año 413, se publica el Edicto de Milán, que «legaliza» el Cristianismo. A partir de ahí los obispos toman el liderazgo de la ciudades y en los siglos V y VI se construyen mausoleos e iglesias en memoria de sus mártires. También era normal un monasterio y un núcleo de peregrinaje. En definitiva, un barrio periurbano.

«Donde había un mártir siempre pasaba esto. Ocurre en Tarragona, en Mérida y en muchos otros sitios. Y eso es lo que debe salir en la Roqueta», dice.

La destrucción almorávide

Sólo hay una etapa de la historia que siembra dudas sobre el destino de la reliquia, y es la que abarca desde la llegada de los musulmanes en el siglo VIII hasta la entrada de Jaime I en el XIII. Según Ribera, los almorávides arrasaron con todo y es lógico pensar que podrían haber acabado también con la tumba de San Vicente. Pero hay elementos probados que lo desmienten.

Al parecer, con la efervescencia del Cristianismo en el siglo VI, los obispos construyeron grandes catedrales en las ciudades y trasladan allí a sus mártires. En Valencia fue el obispo Justiniano el que ordenó el traslado de San Vicente ál lado de la catedral», en lo que hoy es la cárcel de san Vicente, que «en realidad fue su tumba», precisa Ribera. Luego, con la llegada de los musulmanes, el cuerpo fue devuelto a su enterramiento original en la Roqueta para salvarlo de la destrucción.

Es más, se ha podido constatar que los restos permanecieron allí durante varios siglos por la aventura del obispo Teudovildo a principios del siglo XII. Este alto clérigo de la diócesis de Valencia se llevó un brazo del santo para depositarlo en la catedral de San Nicolás, en Bari, pero enfermó y todo lo que pudo hacer fue entregarlo al obispo de la ciudad, Elias, para que lo depositara en su nombre, como así hizo. Esa reliquia fue devuelta a Valencia en el año 1970 y actualmente se conserva en la catedral.

Más allá de esa aventura, el hecho de que en el siglo XII saliera una reliquia para Bari significa que en Valencia quedaba al menos parte del cuerpo. De hecho, cuando en el año 1232 el Rey Jaime I entró en Valencia, lo primero que hizo fue dirigirse a la Roqueta para orar en el lugar donde se decían que reposaban los restos del mártir, del que era muy devoto, otro hecho histórico que constataría la permanencia del cuerpo. En este punto, además, el conquistador mandó construir el actual monasterio y la iglesia, probablemente sobre los restos de otra construcción, lo que hace pensar, así mismo, que se levantó sobre la arrasada iglesia paleocristiana que también habría que buscar.