La pompa vaticana, con dos cardenales luciendo seda roja en el solideo, el fajín, los ribetes, las costuras, los ojales y los botones de la sotana negra, y la igualmente medieval pompa académica, con decenas de birretes de doctores universitarios revestidos con su propia casulla del saber (toga, muceta, medalla, anillo, guantes blancos y puñetas de encaje), se unieron ayer en el Palau de la Música de Valencia en un colorido ceremonial: la investidura como doctor honoris causa del cardenal español Santos Abril, diplomático de la Santa Sede durante 43 años y actual presidente de la comisión cardenalicia que vigila el Banco Vaticano, cuestionado desde hace décadas por los escándalos y las sospechas de blanqueo de dinero negro hasta que los papas Benedicto XVI y Francisco han intentado encauzarlo por la vereda de la transparencia y la legalidad internacional.

Tras un discurso de ingreso sobre «La Santa Sede y la Transición española» y preguntado por la situación política española actual, Santos Abril afirmó que «todo lo que sea corrupción hay que combatirla por el bien de la sociedad». Respecto a escándalos como el de las tarjetas negras, el vigilante del todopoderoso Instituto para las Obras de Religión (IOR) conocido como Banco Vaticano reclamó que para las entidades financieras «es también necesaria una función ética y de respeto a los valores éticos. Es evidente que nadie escapa a esa obligación. El campo de los negocios y el campo financiero no escapa a la ley moral, que es para todos», incidió Abril.

En un brillante, literaria y cómplice laudatio, el profesor doctor Vicente Navarro de Luján alabó las dotes diplomáticas de quien ha sido nuncio apostólico en Bolivia, Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial, Yugoslavia, Argentina, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia. Pero valía la pena escuchar la parte más humana de este hijo de la fría Alfambra (Teruel) que se crió con la abuela Pascuala al morir su madre a los seis años. Nacido en 1935, la Guerra Civil arrasó su pueblo de un millar de habitantes. Dicen que sólo quedó en pie la iglesia y una casa.

Tal vez desde ese contexto al que la nostalgia le lleva cada verano puede entenderse mejor la defensa que hizo ayer el purpurado turolense del «espíritu de colaboración» en la Transición entre Iglesia y Estado. «Mantener ese espíritu es muy importante, sobre todo en el momento actual en el que estamos viviendo en España, donde hay tantas otras fuerzas [políticas]que no van hacia la concordia», aclaró después.

Tras despojarse del solideo de color sangre para calarse el birrete doctoral y quitarse el anillo cardenalicio para ensortijarse el Anillo de la Sabiduría, Santos Abril destacó en su alocución la apertura de la Iglesia española tras el Vaticano II y la «separación del régimen aunque supusiera pérdidas de privilegios» más propios de un clima de catolicismo oficial. La figura de Tarancón, dijo, «no puede ser ni ignorada ni absolutizada». Abril alabó «la actitud moderada del Partido Comunista y la izquierda en general» para alcanzar los cuatro Acuerdos España-Santa Sede de 1979 (jurídico, económico, de enseñanza y castrense). Apeló al consenso para «actualizar o mejorar» ese pacto, cuestionado hoy por parte de la izquierda. «Para hacerlo peor no vale la pena cambiar nada», zanjó.