En Valencia, su ciudad, ha muerto Jorge Llácer Gil de Ramales. Fue un hombre lúcido empeñado en fracasar, quizás porque sabía que cualquier triunfo es efímero y aparta y aleja de valores más altos: lealtad, solidaridad, amistad, derechos y libertades, Justicia, Libertad. Se alejó de todo orden establecido, incluso casi de todo orden. Exigía algo que él sabía inalcanzable, exigía verdad, justicia y reparación a una sociedad adormilada, corrompida, inane. Exigía más, exigía lo imposible, sabiendo que lo era, y lo exigía sin pedir nada a cambio de su agotador esfuerzo, sin pedir nada.

Lo hacía tan sólo con su actitud, con su simple y llana existencia. Su presencia, su existencia, fue su pura esencia, sin importarle que una inmensa mayoría a su alrededor la considerasen vacua. No lo fue, no podía serlo. Ningún testimonio llevado hasta el fin es inútil, vacuo, inválido, y ese fue el suyo. Era heredero de la mejor tradición, de la que luchó siempre no por una vana esperanza, sino para cumplir un deber, un verdadero imperativo categórico al que él sabía que la sociedad entera había renunciado.

Hijo de Manuel Llacer, comisario político en el Ejército Popular de la República, y de Victorina Gil de Ramales, resistente en el cerco de Madrid durante la Guerra Civil, fue militante del Partido Comunista de España, de Esquerra Unida, y miembro fundador de la Junta Directiva de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio (AGE).

Jorge luchaba sin esperanza, pero sin doblegarse jamás, vivía en un universo personal que no aceptaba cambalaches, no permitía componendas, ni esperaba prebendas. Protegía a quienes no tenían nada quitándoselo de su pequeño patrimonio, quitándoselo de su estrecho bienestar casero, sin admitir por ello ninguna crítica o advertencia.

La desgracia le persiguió muy duramente en su vida íntima, la muerte le iba cercando día a día, acabando con demasiados de los suyos, de los verdaderamente amados, cercanos, próximos, de su pequeño entorno afectivo, descomunalmente afectivo. En muy pocos años el círculo se fue estrechando, le fue estrangulando con inusitada violencia, cada vez le iba siendo más difícil vivir.

Fue un hombre justo, sobre el recayeron los males de una sociedad entera que pretendía huir de lo duro, lo triste, lo amargo y se quería envolver en lo blando, lo ligero, lo vulgar. Se nos ha ido porque estaba firmemente convencido de que este es un país donde no se puede vivir decentemente, donde es demasiado difícil vivir dignamente pero para sus amigos, sus cercanos amigos, su memoria vivirá mientras vivamos. Fue ante todo leal, merezcamos serlo a su memoria. Sus restos serán incinerados hoy a las 12.30 en el crematorio del Cementerio General de Valencia.