Nota previa al amable lector: Rafa y yo nos llamábamos mutuamente "nano". La misma palabra para el mismo afecto. También, utilizábamos siempre la palabra "abrazotes" para despedirnos.

Hablamos en alguna ocasión que nos gustaría ver nuestro funeral o sepelio, como espectadores ajenos o que alguien nos lo contara. Obviamente, con esa absurda lógica de los incomprendidos surrealistas, tan sana para unos juristas heterodoxos como nosotros, quedamos en que él me contaría el mío y yo el suyo. De hecho, ya hace mucho tiempo me dejó escritas unas líneas de cómo sería el mío porque decía -no sin buen humor- que lo mismo, llegado el momento, no las podría leer. He retomado su relato, que guardaba en secreto y, con las adaptaciones ad hoc necesarias, lo doy a conocer en homenaje suyo. Considérenlo como una de sus últimas travesuras. Todos tenemos secretos. Perdona, Rafa, que lo desvele.

Esta es la breve crónica de su sepelio y del mío. Un diálogo. Que él la volverá a leer donde ahora está, conmigo, contigo, porque ya la leyó conmigo. Rafa era uno de esos hombres imprescindibles de los que nos hablaba Bertolt Brecht. Lloraremos y reiremos juntos, compañero del alma, compañero.

"Querido nano, Rafa, el sol se ha impuesto a la tiniebla nocturna. Hoy se celebra el día mundial del libro. San Jordi, un libro y una rosa. Se ven rosas en las manos y tus libros siguen ahí, críticos. Hijos de utopías no tan imposibles. La luz invade la capilla. Familiares, allegados, amigos, próximos y, tal vez, algún curioso, llenan el recinto, que se desborda por sus márgenes, incapaz de contener tanta emoción ante tu pérdida. Tú, de cuerpo presente. En el extremo izquierdo desde el público. Antes de ser polvo enamorado.

Sonríes. Quizás pienses con Marx: "disculpen que no me levante" o con Ortega y Gasset: "no, no es eso". Todos, circunspectos, asisten al acto. Unos miran al frente, otros al techo o al lado. Junto a ti, el cristo crucificado preside el evento. Dolor, sangre y lágrimas. Promesas de glorias eternas. Dios te está esperando. El sacerdote oficia el oficio y nos recuerda tu oficio: magistrado. "Vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo suyo", reza desde tiempos de Roma el Digesto, según Ulpiano.

Y tú, sonríes de nuevo: mi compromiso cumplido. Se oye ese grito infantil de todas las ceremonias religiosas, quizás alguna de tus nietas, o nieto. Siempre, tan humano. Los derechos humanos. Esa fue tu meta. Tu razón de ser. Ante la sinrazón de su constante sacrificio en el altar de las razones de estado. La protección de "los nadie", los que "valen menos que la bala que los mata", según decía Galeano, también fallecido en este mes de abril, en su libro Abrazos (¡qué bonita palabra y qué triste ahora no poder dártelos!).

Antonio Machado, León Felipe, Blas de Otero, García Lorca, Miguel Hernández, Cernuda, Alberti, Neruda, Espriu, Andrés i Estellés, nuestros poetas más cercanos; hasta Quevedo y Góngora, cantados por Serrat o Llach. También, las canciones de Ovidi Montllor o Raimon. Al vent. El vendaval necesario para que se lleve toda esta hojarasca "de mierda", me decías justamente indignado.

Andaremos un día por las grandes alamedas de la libertad, con los chilenos Salvador Allende y Víctor Jara, contra todas las dictaduras militares. Tú también te llamabas Salvador. ¿Recuerdas ese 25 de abril de 1975, cuando todavía no había muerto el dictador Franco, en el que celebrábamos el aniversario de la revolución portuguesa de los claveles y nos pusimos uno bien rojo por la libertad como abanderados? Sí, salimos de la Facultad de Derecho de Valencia y solidarios y solitarios, tanto era el miedo acumulado, andamos por sus jardines adyacentes hasta que "los grises", la policía franquista, nos los arrebataron. Sí, Rafa, también nos retiraron los DNIs para ficharnos.

Suave en las formas, con tu proverbial timidez, me dices: Manolo, nano, cuéntame cómo fue la despedida, cómo es irse de este mundo mundano, cómo va uno al cielo. Pues, es así y así. Ah!, lo he visto otras veces, como todos los sepelios. No, no, Rafa, te equivocas, o si, si es cierto. El mío también será así y, probablemente, el de todos.

La crónica de un duelo que no tiene que ser crónico porque la vida sigue. La misma crónica de siempre y tan diferente ¿No sabes, Rafa, que estabas presente? Sí, sí, de cuerpo presente. No, no, Rafa, de alma presente. Tu presencia es imperecedera como el amor, que tan generosamente diste y recibiste, que tan intensamente das y recibes. Porque, amigo del alma, uno no se va nunca, tu alma es de las invictas y recuerda las palabras de William Ernest Henley (1849/1903) en su famoso poema Invictus, que popularizó Nelson Mandela, "Desde la noche que sobre mi se cierne,/negra como su insondable abismo,/agradezco a los dioses si existen/por mi alma invicta." (?) "Soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma".

Ah!, si "gracias nano"; tu último whatsapp a tu amigo y hermano. Abrazotes"