A Moulaye Ndiaye lo tiraron al vacío desde un puente de seis metros de altura. Fue en 2012, en la noche previa a la Tomatina de Buñol. Por qué un grupo de jóvenes decidió agredirle ni lo sabe ni tiene explicación. Por ser senegalés, vendedor ambulante o, simplemente, diferente. «Me increparon varias veces, me quitaron las cosas e intenté mantener la calma y evitar problemas. Les dije que solo me buscaba la vida, que me dejaran en paz. Me persiguieron hasta que acabaron tirándome por un puente. Me rompí tres costillas y pasé mucho miedo», relató ayer el joven en unas jornadas sobre Víctimas y delitos de Odio organizada por el Movimiento contra la Intolerancia en La Nau de la Universitat de Valencia.

A su lado, Marga Díaz, gitana orgullosa de serlo, explicó al mismo aforo su experiencia como víctima de un delito de odio, en este caso perpetrado por agentes del Cuerpo Nacional de Policía. «Había un problema entre mi hermano y su mujer y acudió mucha policía. Quería pasar y no me dejaban. La policía me golpeó. Con una porra en el brazo y con un extensible de hierro en al pierna. Cuando les dije que les iba a denunciar me llevaron detenida. Me pasé en el calabozo 24 horas. 'Va de chula la gitana' me decían cuando les replicaba. Cuando salí les denuncié yo a ellos», relató la joven con la pequeña de sus cuatro hijos en brazos.

Cristian Paul Biya, camerunés de 32 años, no puede vivir en su país. Imposible volver tras ser estigmatizado, marcado, humillado, agredido y amenazado. Su «delito»: ser homosexual. «Durante años viví mi homosexualidad en secreto. Tenía mujer y tres hijos. Cuando nos denunciaron, a un amigo y a mí, la situación no es que se tornara imposible, es que era peligrosa. Insultos y amenazas, pero también agresiones y humillaciones. No puedo volver a Camerún. Allí no está permitido ser homosexual y estaba en peligro», relató.

El cuarto testimonio víctima de delito de odio fue, sin embargo, el primero y lo protagonizó Amparo Sánchez, miembro del Centro Cultural Islámico de Valencia. Mujer reivindicativa donde las haya, explicó que ser mujer y musulmana es cada día más difícil ya que «llevamos velo y se nos identifica con facilidad. Hay una islamofobia de género que también hay que denunciar».

Agresiones, insultos, amenazas, discriminaciones... cualquiera puede ser víctima de un delito de odio. No es algo ligado a la orientación sexual o al color de la piel. La negación del «diferente» puede adoptar distintas formas de intolerancia como el racismo, la xenofobia o la islamofobia, pero también el odio a las personas sin hogar „las más vulnerables„ o aquellos que se expresan en una lengua diferente o, simplemente, lucen la camiseta de su equipo de fútbol. Son delitos de odio, que dañan la dignidad humana y que se centran en la apariencia y en las diferencias de una víctima que se torna vulnerable e indefensa. Nadie está a salvo de unos delitos que, además, van en aumento.

Islamofobia creciente

Así lo aseguró ayer el presidente de Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, tras afirmar que los últimos atentados de París han generado «convocatorias islamófobas donde se estigmatiza a todos los musulmanes como terroristas. Debemos defender 'musulmanes sí, terroristas no'».

En las ponencias quedó claro que uno de los principales problemas es, además, la ausencia de denuncias. Menos del 10 % de las víctimas acude a la policía. Movimiento contra la Intolerancia estima en 400 las agresiones anuales en la Comunitat Valenciana por delitos de odio, pero la Fiscal responsable de la sección de delitos de odio y discriminación, Macarena Correro, aseguró que solo constan 100 procedimientos judiciales en 2013 y 110 en 2014. Además, tanto Correro como el inspector de la Policía Local, David Garfella, instaron al Consell a formar a policías y funcionarios en delitos de odio. El secretario autonómico de Inclusión, Alberto Ibáñez, recogió el guante y anunció que esta y otras medidas estarán presentes en en un plan autonómico que se abordará en 2016.