Cuando no existe un modelo de ciudad y se cuenta con un potencial paisajístico y patrimonial como el de Antella se corre el riesgo de que el turismo descontrolado se te coma. Bien lo saben en esa pequeña población de la Ribera Alta, cuyo azud comenzó a tomar forma por los designios del rey Jaume I allá por el siglo XIII y que explotó hace alrededor de una década, cuando se situó como uno de los destinos favoritos de tantos y tantos turistas que huían de la masificación costera y buscaban exclusividad en el interior. El pueblo de 1.500 habitantes sigue con su proceso de lento pero continuado despoblamiento y sin embargo en los meses de verano llega a multiplicar su población por cuatro. ¿Cuáles son los encantos de Antella? Muchos más, seguro que sí, de los que presencian y explotan los llamados domingueros.

Edificada a la falda de un pequeño repecho montañero, la localidad ribereña modificó su emplazamiento a lo largo de la historia. Los vestigios íberos se pueden aún presenciar en un poblado situado en la cima de la Creueta Alta. No hay problema para acceder e incluso para llevarse un recuerdo. La despreocupación municipal a lo largo de las décadas ha provocado que dicho poblado sea hoy un centro arqueológico destrozado por la edificación allí de huertos de olivos, estando cualquier tipo de capacidad histórica prácticamente desaparecida bajo toneladas de tierra abonada.

En el casco, eso sí, se pueden presenciar aún vestigios de épocas más próximas a la actualidad. Es el caso de las torres de vigía, con una de las más importantes del territorio valenciano situada en la Plaça Major, justo enfrente de la iglesia del siglo XVIII. A la torre (en estado de conservación bastante preocupante) se accede desde una casa particular y pocos son los elegidos (incluso de la localidad) que han podido disfrutar de su valor patrimonial. Una pena para los amantes de la historia que debería ser subsanada por el ayuntamiento a través de ayudas de instituciones superiores. En los pueblos de alrededor han desaparecido la torre de Alcàntera, los castillos de Alberic y de Villanueva de Castellón y son escasos los restos (pero interesantes) de los castillos de Sumacàrcer y Tous. Según el Diccionario Geográfico Estadístico e Histórico de Pascual Madoz, editado en Madrid en el año 1845, una parte lóbrega y estrecha del piso bajo de la torre de Antella servía en el pasado como prisión pública. Desde allí, y de camino hacía el río, se pasa por la Plaça del Rei, denominada así por encontrarse la Casa del Rei, una majestuosa vivienda de grandes dimensiones que actúa en la actualidad como una de las sedes de la Acequia Real del Júcar. La mandó construir a sus expensas, según los estudios realizados, el duque de Híjar para destinarlo a centro para la celebración de las Juntas Generales de la comunidad y lugar de alojamiento y descanso para los diputados nombrados por las distintas poblaciones que cogían aguas de la Acequia Real para regar sus campos.

Las huellas del desastre

Si se continúa con el trayecto hacía la famosa Assut, se encuentra el bonito jardín creado tras la Pantanada de 1982, uno de los mayores desastres sufridos por la localidad en su historia. De hecho, en la calle de acceso al paraje natural (en el antiguo Raval) existe una casa con un letrero en el que se puede observar hasta que altura llegaron las aguas aquel fatídico 20 de octubre. Asusta ver la indicación por encima de los dos metros. Provocó años de vida local de espaldas al río, ahora revertido.

Ya en el azud, en los años ochenta nació la Casa de les Comportes, una robusta estructura edificada para el control de las aguas y su uso en el riego. Porque no hay que olvidar que el macroproyecto de Jaume I tenía y tiene una intencionalidad agrícola, suministrando aguas por la Acequia Real del Júcar a buena parte de la Ribera, tanto Alta como Baixa. En verano cuenta con su encanto al poder disfrutar de las heladas aguas con un chapuzón en el cada vez más trasparente caudal. Sin embargo, los locales disfrutan de su paraje todo el año, con tranquilos espacios idóneos para acoger la Ruta del Colesterol, ese paseo matutino que previene de tantos males.

El remanso del río, en otoño e invierno, es perfecto para un pausado caminar con la única compañía de alguna repentina rapaz en busca de peces. Invita a la lectura y a ese extraño placer de hacer rodar las piedras por la superficie del agua. Unos lo llaman perder el tiempo. Otros, simplemente, vivir.