A pocos pasos de la Font del Gel, en la Vall de Laguar (la Marina Alta), nace una senda que se adentra en un frondoso bosque de carrascas, pinos y fresnos. La Vall de Laguar es un filón para los senderistas y ciclistas de montaña. Además de las rutas del Barranc de l´Infern y del Cavall Verd, cuenta con trochas suaves y que descubren una montaña feraz en la que abundan los regueros y las fuentes. La senda antes citada tropieza con un muro al que no se le adivina el final. Es una recia muralla de tres metros de alto coronada por guijarros de punta (antecedente de las concertinas). Más de un excursionista se queda de piedra. ¿Qué pinta un muro en medio de un bosque?

Si se sigue por la senda, se llega a una portezuela abierta en la muralla. Está entornada. Basta traspasarla para que el reloj se detenga (o vuelva atrás). Al otro lado, el bosque sigue siendo igual de espeso, pero entre las ramas ya se vislumbra un paisaje de otro tiempo. Allí hay construcciones antiguas, pero vivas (las blancas paredes parecen recién enjalbegadas). Destaca un gran pabellón de forma cuadrada y con torreones en cada uno de sus vértices. Es el pabellón del Padre Ferrís (antes de Santa Isabel). Tras la muralla, hay un pueblo, una colonia-sanatorio, un proyecto solidario y médico pionero en investigación, revolucionario en la lucha contra una enfermedad que inspiraba temor bíblico: la lepra.

El sanatorio de Fontilles, fundado en 1909 y que mejoró la vida de cientos de enfermos de lepra (la mayoría se curaron), está rodeado de una muralla de 3.513 metros, que se empezó a construir en 1923. Los pueblos de alrededor querían tener confinados a los enfermos. La muralla se terminó en 1930. Es una obra imponente. Trepa por riscos por los que ni una persona enferma ni sana se atrevería a escalar. Pero el miedo, los prejuicios y la intolerancia eran tan fuertes que se quiso aislar sin resquicios. El muro, de aire carcelario, resulta infranqueable. Hoy no tiene más función que la de evocar la intolerancia.

Salta a la vista que la iniciativa del abogado de Tormos Joaquín Ballester y del padre jesuita Carlos Ferrís de construir un sanatorio para mejorar las condiciones de vida de los enfermos de lepra salió adelante no sin dificultades. El rechazo de muchos vecinos, sustentado en la ignorancia y el terror, levantaba una muralla más firme que aquella de piedra que se construyó años después.

Ya hace años que en Fontilles no hay enfermos de lepra (una veintena de residentes curados siguen viviendo allí). Los médicos de la fundación continúan investigando y trabajando en proyectos internacionales. El antiguo pueblo, que fue autosuficiente (tuvo teatro, cine, iglesia,

carpintería, herrería€), acoge ahora también un geriátrico. En cuanto a estética arquitectónica, eso sí, nada ha cambiado. La colonia-sanatorio vive ajena al vértigo de la modernidad. Es una isla en la que se respira paz.

Una colonia sanitaria centenaria y desconocida

Tan cerca y tan lejos. En la Marina Alta, el sanatorio de Fontilles sigue velado por los prejuicios. Los turistas suben a la Vall de Laguar. El senderismo, la montaña, las cerezas, la tranquilidad€?les atraen. Pero pasan de largo cuando ven el desvío a Fontilles. Y se pierden una joya. La colonia-sanatorio en su conjunto y cada uno de sus pabellones tienen un gran valor patrimonial e histórico (también de la historia de la medicina). Para los colegios de la Marina Alta debería ser una visita obligada.