­Ni las grandes superficies, ni los restaurantes, ni las familias más numerosas son quienes más comida tiran a la basura. Lo hacen los hogares unipersonales o en los que solo viven parejas jóvenes. Según cálculos del Ministerio de Agricultura, en 2015 los españoles desecharon 1.325,9 millones de kilos de alimentos, el 4,53 % de todo lo comprado. Las familias son las generadoras del 42 % de los desechos, las empresas del 39 % y el 14 % corresponde a los negocios de hostelería y restauración, según la Comisión Europea.

En total, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que en el mundo -y a lo largo de toda la cadena alimentaria, desde la producción agrícola inicial hasta el consumo final-, se desperdician más de 1.300 millones de toneladas de la producción de alimentos destinados al consumo humano. El organismo internacional indica que en los países desarrollados, la pérdida y desperdicio provienen «principalmente del comportamiento del consumidor [como revelan los datos españoles] y de la falta de coordinación entre los diferentes actores de la cadena de suministro».

No se tira todo lo comprado

Ana Frigola, profesora del máster en Calidad y Seguridad Alimentaria de la Universitat de València (UV), explica que es en los hogares unipersonales o en los que viven «parejas jóvenes que trabajan los dos fuera de casa» donde más alimentos se desperdician. Por otro lado, quienes mejor gestionan los alimentos son las personas mayores, que «generalmente no tiran comida y suelen cocinar platos ‘de cuchara’».

El 48,1 % del total de los desechos alimentarios son fruta, verdura y pan. Junto a estos, también suelen acabar en la basura platos elaborados como el arroz a la cubana, sopas, pasta, ensaladas o lentejas. Las sobras que más se tiran son las de los platos cocinados a mediodía y «ligeramente» se desperdicia un poco más durante el verano, señala. Los cálculos revelan que cada valenciano pierde unos 240 euros al año con la comida que compra pero no consume.

La profesora apunta que «no hay relación directa entre lo que se compra y lo que se tira», porque si se gestiona bien, se puede evitar, por ejemplo, congelando. De hecho, los congelados y las conservas son los alimentos que menos acaban en la basura, además del marisco o la carne, productos generalmente más caros y con los que se tiene más miramiento. A estos, la Aecoc (Asociación de empresas de gran consumo) suma los zumos, refrescos, huevos, papas y aceitunas. Por el contrario, «¡la naranja es de lo que más se pierde, y aguanta casi un mes!», exclama Frigola.

«No somos conscientes»

A nivel de consumidor, la FAO destaca que una de las causas del desperdicio es «la poca planificación a la hora de hacer la compra, las fechas de ‘consumir preferentemente antes de’ y la actitud despreocupada de aquellos consumidores que pueden permitirse desperdiciar comida». En opinión de la profesora de la UV, otro de los «principales problemas» del desaprovechamiento de alimentos es que «los ciudadanos no son conscientes de lo que tiran».

Por ejemplo, en un estudio de la Aecoc, solo el 11 % de los encuestados valencianos afirman desperdiciar, lo que la convierte en la cifra más baja de España, al contrario que Andalucía o Canarias, donde hasta un 18 % de ciudadanos reconoce hacerlo. Lo cierto es que, según datos del Ministerio, ocho de cada diez familias lo hacen.

Los datos también muestran que «nos equivocamos en las raciones», porque se echan sobras, asegura Frigola, quien asevera que «el cocinero también influye», como constata en un estudio que elabora sobre los cáterin de los comedores escolares. Con los mismos alimentos, en un colegio la cocina tira un 5 % de comida y en otro, hasta un 20 %.

Otros países legislan

La FAO concluye que «el desperdicio de los alimentos en los países industrializados puede reducirse aumentando el nivel de sensibilización de las industrias alimentarias, los vendedores minoristas y los consumidores».

Desde Aecoc lamentan que España «es el séptimo país de Europa que más comida tira a la basura» y para contrarrestar, en los dos últimos años aseguran que han incrementado un 6 % las donaciones a entidades benéficas. Por su parte, la Unión de Consumidores de la Comunitat Valenciana también elaboró una guía con recomendaciones para evitar el desperdicio.

En España, las cadenas que donan alimentos se benefician de desgravaciones de hasta el 40 % en el Impuesto de Sociedades. El mes de febrero pasado, Francia se convirtió en el primer país con una ley que prohíbe y multa con hasta 75.000 euros a los supermercados que desperdician comida y les obliga a donarla a organizaciones y bancos de alimentos.

A Francia la siguió Italia, que en marzo aprobó la norma «Despilfarro cero», que impulsa la donación de alimentos sobrantes que respeten los requisitos de higiene y seguridad alimentaria. Además, define la diferencia entre «excedencia» y «derroche» y entre la fecha de caducidad o la de consumo preferente.

Y es que, además del deterioro, mal olor o apariencia, olvido, un mal cálculo de las raciones... en el desperdicio también influye la confusión entre fecha de caducidad y consumo preferente. La caducidad indica en qué momento deja el producto de ser seguro para su ingesta; y el consumo preferente señala cuándo un alimento pierde sus cualidades organolépticas, pero se puede consumir sin riesgo para la salud, explica Frigola.

También se derrocharía menos si los alimentos «duraran» más. En esto, ayuda el envasado. El Instituto tecnológico del Embalaje, Transporte y Logística (Itene), situado en Paterna, colabora desde 2013 en la iniciativa Save Food de la FAO.

Este centro de investigación estudia y desarrolla tecnologías avanzadas de envase y embalaje, con el objetivo de «extender la vida útil de los productos», en algunos casos el doble de tiempo que el envasado convencional. Por ejemplo, Itene ha patentado un envase activo para carne roja, capaz de ampliar cinco días la vida útil de la carne -mediante el control de agentes activos naturales, el crecimiento microbiológico, la oxidación o la pérdida de color de la carne-. Asimismo, también han desarrollado Sensopack, un indicador que cambia de color en función del grado de frescura del contenido. De generalizarse estos envoltorios, se podría reducir la pérdida de alimentos y residuos alimentarios, aseguran.