No es solo dejar de estudiar. Dice Alberto Ibáñez, secretario autonómico de Inclusión y director general del IVAJ, que en muchos casos la brújula queda desnortada hasta los peores extremos. «Los casos de depresión, suicidios o violencia intrafamiliar son a veces fruto de una situación de desesperación», advierte Ibáñez. A él le preocupa la esfera personal de estos jóvenes: «El sistema les hizo creer que no servían para nada. Y lo que queremos es que tomen conciencia de que sí que sirven y que cojan las riendas de su vida. Y no solo en lo laboral. El trabajo es indispensable, pero no es la finalidad de vivir. Este no es un programa que ponga el trabajo en el centro», recalca.

En la clase, Alberto Quiles, el coach de este grupo de Chiva, dice que está intentando «potenciar habilidades sociales como la confianza en ellos mismos, el espíritu de grupo, la empatía, la creatividad y la constancia en ir a clase, puesto que son jóvenes acostumbrados al absentismo en otros momentos de su vida y hay que intentar que asienten el hábito de venir cada día de diez de la mañana a dos de la tarde». Algunos, reconoce, acudieron el primer día y ya no han vuelto. Otro cartucho quemado. ¿Qué será de ellos?

Alberto Ibáñez cree que en estos últimos tiempos «se ha robado la esperanza a mucha gente joven». A los hiperformados y a los que no lo están nada. «Estos chicos han pasado mucho tiempo en el pupitre desconectados. Luego, estando en casa sin hacer nada, ni estudiar ni trabajar, a veces han caído en hábitos no aconsejables, como son las adicciones a las nuevas tecnologías o estar en el parque fumando porros. Queremos rescatar a estas personas para no perder a una generación. Esto es un salvavidas para que se pongan las pilas».