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Reportaje

Náufraga de la burocracia

Una cubana empobrecida y afincada en Mislata, esposa de un multimillonario británico que desapareció en 2003 a bordo de un yate entre Cuba y Colombia, pleitea para que den por fallecido a su marido y declaren a la hija de ambos como heredera de la fortuna

La cubana Milagros Infante, de 49 años, afincada en Mislata y cuyo marido desapareció en alta mar. vicent m. pastor

El Relato de un náufrago le dio al periodista Gabriel García Márquez una historia inmortal. Medio siglo después, el relato de la mujer de un náufrago multimillonario cuyo yate desapareció en 2003 entre Cuba y Colombia, «náufraga» ella misma de la burocracia y de una situación trágica y rocambolesca, da para una película.

La historia retrataría a Milagros Infante, una cubana de origen humilde, casada con un riquísimo empresario británico que la doblaba en edad y que le permitió una vida de altos vuelos. Aquel hombre, con el que tuvo una hija antes de casarse, salió a la mar hace trece años y nunca más se supo de él. Toda su fortuna quedó bloqueada. Y Milagros acabó sin poder acceder al dinero y los bienes a los que tenía derecho como esposa legítima. Se vio abocada a la miseria económica, ayudada en ropa y comida por la Cruz Roja de Mislata, y pleiteando ahora mismo en un juzgado de Torrevieja. Persigue, primero, que declaren fallecido al marido náufrago del que nunca más se supo; y después, que la juez dicte la declaración de heredera abintestato a la hija de ambos, que ya ha cumplido los 18 años.

La fortuna que hay en juego es, al parecer, enorme. Ella habla de más de setenta empresas por todo el mundo a nombre del capitán de barco Steven Andrew Jackson; más de setenta yates, cruceros y minicruceros de su propiedad; una colección de automóviles clásicos de lujo, obras de arte, cuentas corrientes a rebosar de dinero y pensiones de 100.000 libras esterlinas.

Pero la película debería empezar aquel 28 de noviembre de 2003 en el que Steven se hizo a la mar desde la Marina Hemingway de La Habana. Tenía 55 años. Iba en la embarcación junto a un amigo inglés, de nombre Williams, y otro capitán de barco en un viaje de negocios de los muchos que hacía con sus embarcaciones privadas. «Me despedí de él como siempre», recuerda Milagros. La pequeña Jemina Jackson Infante tenía cinco años. Nunca más volvió a ver a su padre. Tampoco Milagros, que en 2004 denunció en Cuba la desaparición de su marido, volvió a saber jamás cómo era aquella vida que había disfrutado los seis años anteriores. Una vida a bordo de un yate amarrado a puerto. Con visitas de senadores estadounidenses, entre ellos John Kerry. Con Harley-Davidson fabricadas a medida. Con innumerables lujos. Todo aquello acabó: «De una vida de gran nivel pasamos a la pobreza extrema», cuenta Milagros mientras desgrana el crudo relato.

Ella gastó el dinero que podía usar (el resto solo pudo bloquearlo) en abogados que reclamaron una investigación sobre el paradero de Steven. Hasta le llegaron a enseñar el cadáver de un hombre que no era su marido. Pero en 2010, Cuba dio por finalizada la búsqueda del británico: sin rastro, sin resultados.

En 2014, Milagros conoció a un español que le facilitó viajar a España. Es el país en el que debe reclamar la herencia porque Steven, de nacionalidad británica, no tenía residencia legal en Cuba pero sí en España (donde mantiene propiedades en Torrevieja). En esas está.

La mujer, que roza los 50 años, vive en un pequeño y humilde piso de alquiler de Mislata que no puede pagar. Recibe ayudas de alimentación y de ropa. No tiene papeles y sobre ella pesa, desde hace un mes, una orden de deportación por su situación irregular en España. El procedimiento judicial sigue su curso en Torrevieja. El BOE ya ha publicado el edicto para que alguien, si conoce el paradero de Steven, reclame o alegue. Ahora necesita insertar ese mismo edicto en dos periódicos. Y luego, la juez resolverá.

Las vidas de Milagros y de su hija pueden dar un giro enorme si se declara legalmente el fallecimiento de Steven. Dice la mujer que la han llegado a tratar de loca cuando le oían contar la historia de la enorme herencia bloqueada mientras ella vestía zapatos rotos y con comida caducada tres días antes. Dice que la han intentado engañar de muchas partes y que ha sido víctima de chantajes. Que ha pasado frío, necesidad y estrecheces. Su negro panorama se completa con otro drama. Antes de la relación con Steven, Milagros ya había tenido un hijo: ahora tiene 30 años y vive en Cuba junto a su abuela de 80 años. El chico tiene cáncer, dice su madre entre lágrimas. «Y no tengo dinero ni para llamarle», indica entre sollozos.

No puede ser viuda ni casarse

Milagros lleva casi catorce años casada con un desaparecido. «Ni siquiera tengo derecho a ser viuda ni a casarme con otra persona», señala. A veces hay quien le ha planteado la posibilidad de que Steven se marchara sin decir nada y que no esté muerto. Ella se niega a dar el mínimo crédito a esa versión. Nunca más se ha sabido nada de Steven. Tampoco de las dos personas que viajaban con él. Cuba y Colombia investigaron y no hallaron rastro de aquel yate dado por desaparecido. «Nosotros estábamos bien. Era un matrimonio sin problemas y con el fruto de una hija», argumenta. Además, un íntimo de Steven le garantizó un día que su marido estaba muerto, pero sin darle más explicaciones si ella no se presentaba con ciertas condiciones en su casa de Estados Unidos. Todo muy misterioso. Milagros no acudió.

Ella asegura que en esta aventura no todo lo hace por dinero, aunque la necesidad que la acucia sea enorme. «Ante todo lo he buscado como esposa y como padre de familia. Ha sido muy duro. Pero una se hace fuerte ante las adversidades. A mí me gustaría llegar a saber qué le pasó. Y si tuviera su cuerpo, poderle poner una flor», dice. Un final de película. El nombre lo tiene: Milagros.

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