La vida del ontinyentí Ramón Cerdà semeja, salvando las distancias, a la del Ciudadano Kane, el de la prestigiosa película de Orson Wells. Con las debidas diferencias, ambos estaban subidos al tren de la abundancia. Pero mientras el americano centró su vida en el periodismo y su manipulación, el de Ontinyent, al menos desde 2009, se centra en la escritura de novelas, mayormente de ficción o manuales de autoayuda contra la Hacienda pública. Pero también, ay, a la venta de sociedades urgentes.

En las últimas semanas este diario y otros medios se hacían eco tanto de una condena por fraude contra Cerdà, de 10 años de prisión y una multa («por participar en el desvío de 3,2 millones de euros»), así como de la petición fiscal de otros 14 años de cárcel. Atendiendo al stock bibliográfico publicado por Cerdá, diríase que es un prolífico escritor. Pero mirando su catálogo de empresas fundadas y revendidas, unas 10.000, se colige que es un inagotable emprendedor. Si a ello se une su declarada gran capacidad lectora (entre 150 y 180 libros anuales), más de uno se preguntará ¿Y este hombre cuando duerme? A lo que hay que sumar la imprenta desde la que imprime y edita (El fantasma de los sueños), tanto de la producción propia como la de otros autores, caso de la Antología poética del ontinyentí David Mira.

Ramón Cerdà, como buen abogado que se precie, y seguramente llevado por su fecundo imaginario, en la época de la gran corrupción española, en la que el PP campaba a sus anchas allá donde ostentaba mayorías absolutas, empezó a urdir una vasta tela de araña o red de empresas dormidas, con las que hacer caja sacando una tajada jugosa que resultaron el eslabón necesario sobre el que pusieron sus ojos los cabecillas de tramas corruptas como Nóos, Taula o Gowex. El paso siguiente fue su venta, tras su constitución. Al parecer, Cerdá habría obtenido pingues beneficios por dichas transacciones. Erigiéndose en el cómplice necesario de los corruptos, por mucho que Cerdà esgrima que solo el 1% de las sociedades urgentes iban a parar a esas tramas de corrupción. Motivo por el cual, en el transcurso de los últimos años siempre que las investigaciones judiciales empezaban a ahondar y arrojar luz sobre el tejido delictivo de las tramas, de forma omnipresente saltaba el nombre de alguna sociedad vendida por Ramón Cerdà. Y mientras las investigaciones iban ligando cabos, y empezaban a realizarse sonados juicios, con división de opiniones en los veredictos todo sea dicho, el autor ontinyentí de Hacienda nos roba se debió aplicar la máxima de «quién roba a un ladrón, tiene cien años de perdón». Pero la situación es tozuda y los últimos latigazos judiciales en su contra lo deben haber bajado de su fantástica nube.

Nadie es perfecto. Así que el de Ontinyent, acostumbrado a transitar entre lo legal y lo ilegal, ahora afronta acusaciones y sentencias de órdago. Y aunque le asiste el derecho a la presunción de inocencia, su próximo libro de autoayuda podría ir ligado a la pericia y capacidad que demuestre en su autodefensa. Pues como escribía Cerdà en su blog: «Creo que la defensa hay que realizarla en los tribunales y no en los medios de comunicación. Al menos en los momentos en los que la vía judicial está todavía abierta y nada es definitivo, ni nada es lo que pueda parecer». Veremos que dice la justicia al final.