El teólogo Joxe Arregui Olaizola (Azpeitia, 1952) acaba de comunicar que abandona la Orden Franciscana y la comunidad del santuario de Arantzazu, equivalente al Monserrat de Cataluña. Una parte no pequeña de la feligresía vasca o catalana, junto a numerosos políticos nacionalistas de ambas regiones, perciben acogida y entendimiento y fe entre los muros de sendos monasterios. Sin embargo, para otros creyentes, o para una parte de la jerarquía católica española, Arantzazu y Monserrat se descubren como lugares de un irrespirable nacionalismo.

Cierta fluctuación recorre la doctrina reciente de la Iglesia acerca del nacionalismo. Así como Juan Pablo II reconocía que "los particularismos étnico culturales son casi como una necesidad impetuosa de identidad y de supervivencia, una especie de contrapeso a las tendencias homologadoras" (discurso a la ONU, 1995), otros fragmentos del magisterio católico alertan de que "el nacionalismo degenera en una ideología y un proyecto político excluyente" (Conferencia Episcopal Española, 2005).

Arregui ha decidido abandonar tras un conflicto abierto con José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián desde el pasado enero, y prelado pensado desde tiempo atrás por la cúpula episcopal española para "reconducir" a la Iglesia del País Vasco desde un nacionalismo secularizado hacia la homologación católica.

Cuando Munilla fue anunciado como mitrado donostiarra, fue Arregui quien desveló que en el ordenador parroquial del futuro prelado había quedado olvidada una carpeta con el nombre de "Mafia" que contenía nombres y observaciones sobre buen número de sacerdotes nacionalistas vascos.

Aquel suceso ha venido desfigurando posteriormente las tensiones entre Arregui y Munilla, obispo impetuoso, en ocasiones sobrado de sí mismo y principal beneficiario de que el obispo saliente, Uriarte, impusiera silencio público al franciscano en diciembre de 2009. ¿Era un silencio por motivos doctrinales y heréticos? No parece, pues Arregui, doctor en Teología, no tenía, que se sepa, asuntos pendientes con Doctrina de la Fe.

Era por tanto un silencio disciplinario, que se rompió el 17 de junio cuando Arregui hizo público el texto Pido la palabra, en el que exponía lo que Munilla reclamaba a los superiores franciscanos: "Debéis callar del todo a Arregui. Yo no puedo, hasta que haya tomado las riendas de la diócesis, adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis". Arregui aseguraba que Munilla había dicho de él que era "agua sucia que contamina a todos" y agregaba que el obispo "pidió a mi provincial y vicario provincial que me destinaran a América, a trabajar con los pobres, y ello como medida de gracia".

En consecuencia, la historia de Arregui tiene un fondo y unas formas. El fondo consiste en que el franciscano es sin duda hombre inscrito en el nacionalismo eclesial vasco, y como tal rechazó la operación Munilla. Puede incluso que algunos de sus escritos teológicos inspiren rechazo desde el punto de vista de la estricta ortodoxia. Y puede también que el estilo secularizado de Arregui sea el mismo que la Iglesia más formal considera como pareja habitual del nacionalismo.

Sin embargo, las formas -no muy aconsejables- han sido las de Munilla si es cierto que hablaba de "mafia" y "agua sucia", o si exigía "silencio total" y destierro junto "a los pobres" (como si fueran ese lugar al que enviar a los díscolos). Acéptese que Munilla no tiene enfrente a un inocente franciscano, pero no por ello la mitra tenía que dar una imagen ejecutiva y grosera que no corresponde a la Iglesia.