Pocas instituciones valencianas pueden mirar su historia y comprobar que han llegado al centenario o lo han superado ampliamente, como son los casos de la Económica o la Academia de San Carlos. Pero la Sociedad Filarmónica de Valencia, ya puede hacerlo. Porque en unos meses alcanza su centenario.

No son aquellos tiempos boyantes cuando la entidad se erigía como la única alternativa para acercarse a la música clásica, pero al menos se han mantenido erguidos en el tiempo. Ya no son 2.000 asociados, pero sí 700 melómanos los que financian esta sociedad que como reconoce ahora José Lapiedra, su secretario, "nunca ha tenido la intención de desaparecer, aunque sí a veces de hibernar".

Ahora afronta sus cien años de historia manteniendo los lunes como día de conciertos, renovando su colaboración con el Palau de la Música para continuar siendo su sede durante los próximos 15 años o realizando una programación especial y unos actos conmemorativos cuya presidencia de honor ha aceptado la reina Sofía.

La Orquesta de Valencia, bajo la dirección de Yaron Traub, será la estrella de esta efeméride ya que actuará el 12 de febrero, la fecha cumbre, siete días antes de que lo hiciera en 1912 el Cuarteto Petri para aquella institución promovida por un grupo de prohombres valencianos, encabezados por Manuel Candela, y que buscaba poner fin a un páramo de actividad cultural en la ciudad de Valencia e intentar mantener en su ciudad a los músicos que salían de sus conservatorios pero estaban obligados a emigrar.

Desde entonces, 18 presidentes han pasado por esta institución. El último y actual, Juan Vila Llop, reconoce lo complicado que resulta mantener hoy una sociedad privada cuya financiación proviene principalmente sólo de sus asociados. Con un presupuesto anual que ronda los 30.000 euros, este año se ha programado un ciclo de 24 conciertos de música de cámara, entre los que destacan el Cuarteto de Roma, la Praga Camerata, la Orquesta de Cámara de Florencia, el dúo Ivan Zenaty junto al pianista Stanislav Bogunia, el también pianista Andrei Gavrilov, el ganador del Iturbi de 2008 -ellos patrocinan el premio-, Zhengyu Chen o los Violines de la Filarmónica de Berlín. Habrá también durante el curso un concierto de la Jove Orquestra de la C. Valenciana, en colaboración con el Instituto de la Música. La gran mayoría serán programas compuestos por clásicos o románticos, "los gustos de los socios" cuyo perfil no consigue abordar a un segmento entre los 40 y 50 años, pero sí de universitarios, principalmente Erasmus. Se guardan más sorpresas.

"Sólo aspiramos a un reconocimiento público. No nos preocupa tanto el dinero como la cobertura de nuestra actividad. Paradójicamente, después de tantos años aún no hemos conseguido poder figurar en algunas agendas culturales", se lamenta José Lapiedra y el miembro de la directiva, Manuel Muñoz, que reconocen programar para el espectador y no según los gustos de la directiva. La Filarmónica de Valencia es junto a las de Bilbao, Oviedo, Castelló, Gijón, Madrid o Barcelona, de las pocas entidades civiles que sobreviven, pese a las competencias públicas, y quizá el secreto de su vigencia haya sido apostar por "la calidad y lo excepcional" pero no "lo mediático". Para algo son melómanos y no les mueven los resultados inmediatos.

El 23F y el arresto de Arthur Rubinstein

Renata Scotto, Montserrat Caballé, Jasha Heifetz, Teresa Berganza, Marilyn Horne, Samuel Ramey, Maria Joao Pires o Daniel Barenboim son sólo algunos de los nombres que han pasado por los programas de la Filarmónica durante este siglo, pero si hay cuatro que los protagonizan son Rubinstein e Iturbi, porque son los que más veces actuaron -18- y Horowitz y Weissenberg por sus vivencias. El genial, pero siempre inesperado Horowitz, paseó su piano por Valencia sobre una plataforma y paralizó el tráfico a las puertas del Principal donde, hasta la construcción del Palau de la Música, se celebraban sus conciertos; Weissenberg se quedó helado a mitad concierto y tuvo que suspender. Fue un caso excepcional. La excusa que dio el músico, quien cobró bajo la promesa de volver gratis, algo que nunca hizo, era que una mujer con sus dos hijas le perseguían allá donde iba en sus visitas a España. Eran su mujer y las dos niñas con las que no quería tener nada que ver y se habían convertido en una pesadilla.

Pero sin duda una de las anécdotas más sonadas fue la que protagonizó el pianista polaco Arthur Rubinstein. Conocido por disfrutar de los ambientes de la noche y el sexo sin compromiso, el músico acabó una de sus noches en Valencia en un local donde había un piano. Así que, ni corto ni perezoso, cuentan que lo probó y después dejó su firma sobre el teclado. La madame indignada y sin conocer al autor de la rúbrica lo denunció a la policía. Nada menos que Rubinstein acabó en el cuartelillo. Por no hablar de aquel concierto de la Orquesta de Bonn que el 23F vio cómo el aforo se iba quedando vacío sin que ellos entendieran el por qué.