­Cuarenta años después, ¿por qué continuar escribiendo y publicando?

Porque es mi manera de sentir la vida. Lo contrario sería un suicidio. Soy un escritor vocacional y, mientras pueda, seguiré escribiendo. Y publicando. Porque se escribe desde uno, pero para los otros.

¿Qué ha desaparecido del Piera de «Carn fresca»?

No hay más que mirarse al espejo para ver que el tiempo nos cambia de una forma a veces sabia y otras cruel. Pero siempre queda algo de aquel que fuimos.

¿Se atrevería a decir que conoce mejor ahora a sus vecinos, a la humanidad?

Me conozco un poco mejor a mí, aunque el tiempo nos hace, nos deshace y nos rehace. Pero hay emociones, ideas, que son válidas al margen del tiempo. Si no, no entenderíamos a los clásicos. La condición humana no cambia tanto, o solo cambia en las apariencias. Seguimos amando, y sufriendo.

¿Cuando a uno le ponen la etiqueta de patriarca de los escritores valencianos empieza a preocuparse?

Esas cosas las dicen los otros, y nunca sabes si lo hacen con afecto, por respeto, o con ironía.

Al mirar alrededor, al contexto de la literatura valenciana actual, ¿se siente satisfecho?

No. Imposible estar satisfecho. No lo he estado nunca. Menos ahora. Es imposible sentirse valenciano y sentir satisfacción por cómo ha ido la cultura y el país en los últimos años. En la creación literaria, sin embargo, se ha mejorado notablemente.

¿La realidad es demasiado distante de la soñada hace 50 años?

Se vio pronto que una cosa eran los sueños jóvenes, y otra, la realidad del país. Los sueños, sueños son. Pero eso no significa resignación, ni meninfotisme, ni fatalismo. De hecho, los escritores somos tan antiguos que estamos preparados para las hecatombes; la Historia está llena de cataclismos. Y yo, no se crea, soy un optimista histórico.

La cultura es cada vez más popular, pero también más orientada al entretenimiento. Eso que Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo...

Ya hace mucho de esto. Que lo diga Vargas Llosa significa que él también pertenece al mundo antiguo, el de las palabras. La cultura se ha convertido en un espectáculo. Estamos ante un mundo distinto después del 11-S. La caída de las Torres Gemelas fue el mayor espectáculo del mundo, y televisado en directo. Inició un nuevo ciclo en el que todos pudimos ver en que se convertía el poder. Vivimos en el efímero sistemático, donde todo pasa rápido y se desvanece; el pasado ya no sirve y se ignora el futuro. Se vive el presente, de forma alegre si las cosas van bien, y como un drama si van mal. Y ahora van muy mal.

¿No entendemos nada de lo que está pasando porque estamos en un cambio de paradigma o porque la condición del hombre de la calle es no entender?

Los paradigmas cambian. Para mi, existen personas, no una masa humana que solo aspira a la simple supervivencia. Las tecnologías han hecho que las artes hayan perdido el valor que tenían, por eso ahora no sabemos ni dónde estamos, ni a dónde vamos. Pero estas épocas son también de aparición de nuevos proyectos e ideas. Y nuevos valores. Estoy expectante ante la juventud, porque el futuro es suyo. Yo, aunque Roma arda, seguiré tocando la lira.

¿Lo peor de esta crisis no es la sensación de culpa (eso tan común de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades)?

El sentimiento de culpa es muy judeocristiano. Y sí, muchos han querido vivir como ricos. Por eso es tan importante la cultura, aunque la banalidad sea tanta que hoy se llame cultura a todo. Vivimos una época conductivista: los poderosos nos quieren llevar por donde ellos prefieren: hacia la ignorancia. En los tiempos del despilfarro, algunos ya decíamos que aquello no podia durar; es cierto que se ha vivido (no todos) por encima de las posibilidades. Pero ni todos hemos derrochado ni todos somos culpables. Ni ladrones.

¿Y de qué sirve el saber?

El saber ayuda a vivir, porque no todo está basado en el consumismo. Con menos se puede vivir bien, si se sabe. Yo hace tiempo que vivo como un ermitaño, entre libros y pantallas, y no me quejo; no podría ser escritor de no vivir así. Vivir no es ganar mucho, aunque el dinero sea necesario. Hay que reaprender a vivir.

¿Se ha dado cuenta de que el concepto de modernidad está casi en desuso?

Hace mucho, ya le digo, que me defino como un antiguo. Mire si ya es antigua la modernidad que se inició en el siglo XIX.

En «Joc de daus» habla también de la enfermedad. ¿Es un tópico que nos hace mejores?

En Joc de daus se escribe de la vida, y de la muerte, también. Yo soy un enfermo crhónico. Nos hace más humanos, porque nos enseña que necesitamos de los otros para sobreponernos al dolor.

¿Ponerse en la piel de personajes históricos le ha enseñado a conocer mejor al hombre?

La memoria es fundamental para entender lo que hemos sido, y a donde vamos. Escribir sobre Francesc de Borja o Teodor Llorente me ha permitido una aproximación vital a ellos. El XVI fue un siglo donde Europa estuvo en guerra constantemente, y no resulta tan diferente del XIX o del XX. El siglo de Llorente explica todas las crisis posteriores en clave valenciana e hispánica. Conocer el pasado es necesario si no queremos caer en el alzhéimer colectivo, una enfermedad fatal.