La marchesa Casati, ¡todo un personaje!

Es un personaje muy desconocido pese a lo retratado que fue. Su máximo esplendor se desarrolla entre la Belle Epoque, una época de excesos, y los años 20.

El temor de la marquesa es no trascender. ¿No es lo que queremos todos?

Yo creo que todo el mundo tiene la necesidad de trascender, dejar su impronta, de pensar que le recordarán. Hay personas que están más obsesionadas. Los artistas, sobre todo plásticos, están especialmente sensibilizados.

En la novela tienen gran protagonismo los escenarios, especialmente Venecia.

Venecia es un lugar mágico que hace reflexionar. Yo quería recrear la Venecia de la marquesa pero también la actual. También me gusta el paso de Luisa Casati por Capri. Para reconstruir estos escenarios he tenido que rebuscar. Ella no dejó memorias.

Da la impresión de que no quería dejarlas. Se escondía tras una máscara.

Es que era muy tímida. Yo creo que crea un personaje para vencer su timidez.

¿Ese universo artístico de mecenas y musas sí que se pierde inexorablemente?

Yo creo que no. Probablemente existen pero no los conocemos. Ahora casi nada nos sorprende.

Hace un guiño a su realidad literaria en el encuentro en el café Gijón.

Sí. Creo que fue a Víctor Ochoa a quien le dije que los escritores tenemos menos consciencia de ser artistas, y mucho más los que vienen del periodismo. Esa imagen la trasladé al café Gijón. Coloqué a Javier Marías y a Carmen Posadas, que son amigos. Y a Arturo Pérez Reverte. Es un guiño a mi tiempo.

Recupera una de esas costumbres de otra época, la relación epistolar, y la traslada a la era digital.

Hay una correspondencia maravillosa entre Luisa Casati y D’Annunzio. Yo creo que hay que recuperar la figura de Gabriel D’Annunzio. Tiene connotaciones políticas y produce rechazo pero lo que escribe es absolutamente maravilloso. Sin pretender ponerme a su altura he creado otra correspondencia de sentimiento. Incluso hay una cosa que me parece más cálida en las cartas a través de internet. Las cartas de antes las escribías en caliente pero llegaban frías mientras con internet llegan con la misma temperatura.

¿El periodismo tal como lo conocíamos también se desmorona?

Estamos viviendo en un mundo que se está destruyendo, como pasa en todas las transformaciones. Hemos pasado una etapa, no sólo en el periodismo sino en todo, es normal que miremos hacia atrás con nostalgia. Tenemos que empezar a amoldarnos, lo que venga va a ser distinto. Da igual lo que sea... debemos reorganizarnos y salir adelante. Y yo creo que somos suficientemente capaces.