Ante todo darle la enhorabuena y, casi obligado, preguntarle qué supone para usted recibir este reconocimiento como escritor del año 2014.

Para alguien que ha vivido veintitrés o veinticuatro años en el extranjero, alejado de España y de Valencia, supone un gran reconocimiento como el que me hizo la Generalitat Valenciana en el año 2004 al darme el premio a las Letras Valencianas o como me hizo el Ayuntamiento de Valencia hace unos meses cuando me nombró hijo predilecto de la ciudad. Yo creo que un reconocimiento como éste, lo que supone, es un refrendo de la ciudadanía, es decir de los propios paisanos, ¿qué más se puede pedir?

¿Dónde se integra la función de un filólogo en el contexto de la sociedad actual?

Creo que en un contexto muy importante; hay muchos tipos de filólogos, yo soy un filólogo clásico, es decir, que me dedico a las lenguas antiguas, las que han sentado las bases de nuestra civilización y, naturalmente, la filología es una manera de entender no solo la Historia sino también la realidad, porque la filología es lo que nos enseña la representación verbal de la realidad. Un filólogo sabe si la realidad está bien representada verbalmente, si no lo está es una imperfección o una falsación, según sea voluntaria o involuntaria esa falta de exactitud de la verbalización. Creo que la filología es muy importante porque la palabra lo es. Nosotros tenemos identidad porque tenemos lenguaje, si no tuviéramos lenguaje careceríamos absolutamente de identidad, seríamos como un vegetal o como un perro, y es el lenguaje lo que nos permite articular en conceptos todo lo que la historia de la humanidad ha ido adquiriendo como conocimiento y experiencia, si eso no se pudiese trasladar al concepto a lo mejor quedarían monumentos en piedra, pero no quedaría una palabra, no quedaría un lenguaje que pudiese trasmitir.

España presenta unos índices de lectura y comprensión lectora bajos respecto a otros países, tanto dentro como fuera de la Unión Europea. ¿A qué cree que es debido y cuál sería la fórmula para mejorar esta situación?

España tiene especialmente una asignatura pendiente en nuestra democracia, y es sin duda alguna la educación. La educación debe hacer que la gente aprenda no una lengua sino varias, que sea capaz de expresarse en ellas, que sea capaz de leerlas porque es la única manera que tenemos los españoles hoy de ser europeos de pleno derecho, si no dominamos las principales lenguas europeas somos ciudadanos de segunda categoría, no de primera, y en el sistema español hay unas deficiencias muy claras y una sobre todo es la no valoración del esfuerzo. Durante años se ha penalizado el esfuerzo, y eso es un gran error porque desde la Ilíada hasta hoy sabemos que la moral de occidente se ha basado y ésta ha sido la base de nuestro progreso recogido en las palabras de la Ilíada: «Esfuérzate por ser el primero y el mejor en todo». Y aquí llevamos 20 o 30 años en que parece que uno ha de esforzarse por ser el peor, por ser el más tonto de la tierra; eso no puede ser modelo absolutamente de nada. Hay que respetar a los profesores, hay que subir el nivel de los profesores, hay que subir el nivel de la enseñanza, porque si no lo que tenemos son una serie de analfabetos funcionales que son los que en este momento está produciendo la gran parte de nuestra enseñanza.

¿Con la crisis se aprende el verdadero valor de las cosas?

No, la crisis es una llamada de atención como cuando uno se pone enfermo. Una crisis en una sociedad quiere decir que la sociedad está enferma, y cuando uno está enfermo también se tiene una crisis, solo que es una crisis de su organismo y usted produce automáticamente unas antitoxinas que le defienden. Una crisis hace que la sociedad se replantee cosas. Una crisis no es, en principio, siempre mala, puede ser muy buena. Lo malo es siempre lo que produce la crisis, no la crisis en sí, sino las causas por lo que hemos llegado hasta allí, y eso si hay que aprender de ello y, si es posible, hay que corregirlo. Pero en la historia de la cultura las crisis son continuas y no siempre uno sale de la crisis peor. Yo diría que casi siempre la crisis es consecuencia de una mala interpretación de la realidad, de una mala interpretación de los valores verdaderos, la crisis lo que viene a recordar a la gente es lo que es verdad y lo que es real y aquello por lo que hay que luchar.

El conocimiento de la cultura clásica, del latín o el griego en el sistema educativo ¿qué cree que aporta a los futuros ciudadanos de nuestra sociedad?

La única manera de ser ciudadano de verdad es sabiendo por qué se hizo la democracia en Grecia y cómo se continuó en la república romana. Piense usted que cuando se hace la gran revolución, que es la revolución francesa porque es la única que sigue todavía viva, esta revolución se hace tomando como ejemplo Roma, la república, Montesquieu escribe en esa dirección, y cada vez que la cultura occidental se ha apartado de las bases del latín y del griego y de las bases de la democracia y de las bases de la república romana el hombre ha empezado a caminar a cuatro patas, y no le ha salido rabo de milagro. Y cada vez que ha sucedido lo contrario, ahí tiene usted el renacimiento, ahí tiene usted la ilustración, por poner dos ejemplos claros, toda la humanidad ha ido hacia delante. De manera que yo creo que el latín y el griego cumplen una función muy importante, o deberían cumplir una función muy importante en el bachillerato. El bachillerato está irreconocible. En mi época, cuando yo estudiaba en el bachillerato, lo importante eran en ciencias: las matemáticas, la física y la química, y en letras: el latín y el griego; ahora no. Me he entrevistado con todos los políticos, me he entrevistado cuatro veces con el ministro Wert, me he entrevistado en la Moncloa con los asesores de Rajoy y, bueno, hemos conseguido que el griego no quede muy bien, pero el latín y la cultura clásica lo hemos salvado, ha sido una campaña que ha valido la pena, que firmó el primero Vargas Llosa y todos los académicos y se fueron sumando intelectuales, periodistas? Se recogieron un montón de firmas de gente muy representativa que le parecía una barbaridad que no se enseñase latín. No hemos llegado a los objetivos máximos deseables, pero hemos salvado unos mínimos.

Hablando precisamente de política, ¿cómo han afectado las políticas de austeridad a la cultura española y cuándo cree que podrá revertirse esta situación?

No sé cuándo se podrá revertir porque eso depende de unos parámetros internacionales, pero parece que tardaremos un tiempo en salir de aquí, unos cuantos años, una década tal vez. Pero, en cualquier caso, yo creo que ha sido muy duro para el cine, muy duro para la música; el IVA sobre los espectáculos y sobre el libro es un atropello, y no digamos el problema con los estudiantes. En la universidad, que tiene muchos menos medios, los profesores cobran hasta un 30 o 40 por ciento menos, no hay plazas que vuelvan a convocarse en las oposiciones, y se da el caso curioso de que después de lo invertido con el sacrificio social que supone en la formación, esta generación la estamos exportando; es una ley antieconómica se mire por donde se mire.

¿Qué nuevos retos cree que debería afrontar nuestro sistema educativo para hacer valer las letras sobre las ciencias, o mejor dicho, lo humanístico frente a lo tecnológico en esta sociedad tan abocada al consumismo?

Yo no creo que eso deba plantearse en términos de rivalidad sino en términos correlativos y solidarios. Creo que es muy importante la cultura científica, creo que es muy importante la cultura tecnológica, pero creo que junto a ello debe haber una cultura humanística, y de eso estoy absolutamente convencido.

¿Y la hay en nuestra cultura?

En nuestra cultura hay una base de cultura humanística, lo que pasa es que en los últimos años de capitalismo desbordado y de un liberalismo sin precedentes se han venido muchas cosas abajo, entre ellas el humanismo. Y no solo digo el humanismo porque la gente que no quiera leer latín o griego no se ha venido abajo, no se ha venido abajo porque lo que se ha venido abajo es el concepto mismo de ser humano. Claro, esto es lo que no hay que olvidar, y claro, la gente ha confundido precio y valor, que es otra barbaridad; las cosas de verdad no tienen precio, lo que vale de verdad está fuera del mercado. Y eso es lo que habría que enseñar, eso es lo que enseña la cultura humanística, eso y a ser un buen conciudadano, a respetar las leyes, y sobre todo a ser crítico, porque la cultura humanística tiene como obligación la formación de una ciudadanía crítica, entendiendo por crítica aquella que es capaz de analizar un discurso político y decir: esto es verdad y esto es mentira; esto nos conviene y esto no nos conviene, eso es una cultura humanística, una cultura crítica. La capacidad de que usted pueda criticar, de que usted no lea el periódico y se lo crea, que usted no vea la televisión y se lo crea, que usted sea activo en su pensar. Esa es la fuerza de la palabra, usted piense que, por ejemplo, los nazis con Goebbels lo que hicieron fue crear signos y símbolos e iconos, ¿por qué? Porque un icono es evidente y no se puede discutir con él. La cultura de verdad existe sobre conceptos, es dialógica, se basa en el diálogo y el diálogo se basa en la palabra. Usted y yo podemos intercambiar palabras y entendernos, pero no nos entendemos si intercambiamos puñetazos, o intercambiar por símbolos, porque eso no funciona. Y es así como los nazis hicieron toda su propaganda política, sobre imagenes y no sobre conceptos. Hicieron una gran riqueza conceptual para someter a la ciudadanía, pero claro, la política no exige ningún emblema, exige discusiones parlamentarias serias. Yo comprendo que hoy nuestros parlamentos son de risa, que están llenos de tartamudos mentales que llamamos diputados, políticos o senadores; soy duro, lo sé, pero esta es la realidad.

Ha propuesto algo así como una cuarta persona gramatical en el discurso de la persona poética, ¿nos lo puede aclarar?

He querido con eso explicar una cosa clara; la gente, cuando un poeta dice algo, piensa que la persona que está hablando en ese poema es el propio poeta, pero usted sabe que el narrador no siempre es la persona principal en una novela sino que es una instancia del discurso para poder articular una novela. Pues en poesía pasa lo mismo. Más que una primera, una segunda o una tercera persona gramatical, más que un yo o un tú, en poesía lo que hay es un ente que es un yo, pero transferido, y para poder entendernos yo le digo una cuarta persona gramatical que sería aquella en la que habla el poeta.

Sobre su labor como traductor quería preguntarle por una afirmación suya, la de que «el traductor y el crítico textual son los mejores lectores de una obra».

Sí, yo he traducido de varias lenguas, la traducción me gusta mucho en periodos de sequía. La traducción ayuda mucho porque es una especie de gimnasia lingüística y mental que mantiene la temperatura poética. Cuando yo he dicho eso me he referido a que un traductor tiene que reescribir en otra lengua aquello que un escritor escribió en la suya propia, y entonces termina conociéndola muy bien porque ve las limitaciones, no de esa obra sino del propio idioma y de la propia cultura para esa obra; en ese sentido es un gran lector de la obra porque la tiene que leer, entender y reescribir. Muy parecido a eso le pasa al crítico textual, el crítico textual es un especialista dentro de la filología y lo que tiene que hacer es fijar un texto. Imagínese usted que tiene una novela de Galdós y que en Galdós hay ocho ediciones distintas: unas con erratas, otras sin erratas, unas en las que hay una palabra que se han comido, otras en la que no. ¿Cómo fijar el texto? Por eso el crítico textual debe conocer al autor mejor que el autor a sí mismo, para saber qué palabra es la que debe entrar ahí en el caso de que esta falte o cuál de esas distintas versiones del mismo texto es la canónica o sería la mejor. Son lectores muy especiales, yo los he admirado mucho, porque si creo con Borges que la literatura de creación sobre todo es literatura de lectura en el sentido de que si usted y yo supiéramos como dice Borges, cómo va leer un hombre en el año 2040 sabríamos cómo va a escribir ese hombre en el año 2040. Si usted supiera el código de lectura o el punto de vista desde el que se lee sabría el punto de vista desde el que se va a escribir.