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Crítica musical

En resumen, Sabina

En resumen, Sabina

Si hay un artista en español que más rendimiento ha sacado al deterioro de su voz y sus condiciones físicas, ese es Joaquín Sabina. Quince años después de su disco más vendido, 19 días y 500 noches, superados por el camino un ictus, una depresión, que lo dejó una novia («me busqué otra mejor») y pasó de noctambulear con músicos a llevarse a casa a los poetas, borrachos impenitentes, e incluso cambió por un tiempo la guitarra por los dibujos («aunque no soy Paula Bonet»). Con todo eso, quince años más a la espalda y la voz más rota, vuelve con poco nuevo y mucho de lo de siempre, que no es poco y es lo que más gusta a la gente, entregada desde el minuto cero, llenando hasta los pasillos y de pie desde la primera canción del concierto, que fue Ahora que, uno de los himnos sabineros incluidos en el citado disco de éxito, publicado cuando el de Úbeda tenía 50 años y no había whatsapp.

Lejos quedan los cócteles molotov, la resistencia y el exilio obligado. Lejos queda la Mandrágora, aunque Sabina es de los artistas más fieles a sus músicos, su «familia verdadera». En ellos se almacena parte importante de su triunfo. Ni el sonido ni las canciones de Sabina serían los que son sin Pancho Varona y Antonio García de Diego. Nada que ver con «mercenarios de la música» estos fieles escuderos del Quijote del bombín.

El paseíllo en la plaza de toros de Valencia lo hizo de verde botella y negro. Lidió con profesionalidad sobresaliente un concierto que se nota ya rodado, en el que no faltó ni la referencia improvisada al caloret después de equivocarse con el valenciano («aprendí valenciano en una escuela mejor que la de Rita») ni el recuerdo a los trabajadores de Canal 9. Un concierto que arrancó potente con el 19 días y 500 noches como segundo tema de la noche, una versión de Barbi Superestar con interferencias de Calle melancolía, y la Magdalena (una de las canciones favoritas del autor) tal como la ofrece desde 2010, dramatizada con Mara Barros haciendo de prostituta junto a una farola. El primer adiós de una noche contra la crisis de la edad sin precios anticrisis (de 40 a 70 euros) llegó casi dos horas después de empezar, con sabor mexicano y esencia de Chavela: Noches de boda e Y nos dieron las diez.

Después quedaba la apoteosis. Y sin embargo te quiero (el momento de mayor comunión con el público) y una Princesa cargada de electricidad y decibelios, antes de cerrar con Amores que matan y Pastillas para no soñar en plan fiesta, platillos en mano y levita puesta. En resumen, Sabina, canalla y tierno, aquel al que siempre conviene esperar mientras queden islas donde naufragar.

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