El Festival Internacional de Benicàssim, que cruzó anoche el ecuador con las esperadas actuaciones de Noel Gallagher y The Prodigy, es antes que nada una excusa para ser feliz, al menos durante un rato. Y feliz, cada uno, lo intenta ser a su manera.

En el FIB hay quien lamenta que los conciertos no comiencen hasta las siete, y rumia la siesta en casa echando de menos el calor de las carpas a las cinco de la tarde. Hay, a la vez, quien paga su entrada y se pasa la noche en el parking, escuchando a Juan Magan y haciendo botellón en el coche. Si el FIB, ese ente mastodóntico e interminable generador de opinión, ha sobrevivido 21 ediciones es, en buena medida, porque sigue atrayendo parroquia de esos dos extremos antagónicos. Entre medias, queda espacio para la guitarra y para la electrónica, para lo íntimo y lo multitudinario, para la nostalgia y lo nuevo.

En la víspera de la primera edición, en 1995, Luis Calvo, uno de los fundadores, señalaba que el objetivo del festival era crear una estructura que permitiera florecer al mercado independiente al margen de las multinacionales. Estos días, en el Benicàssim de 2015, los músicos tocan sobre el capó de un autobús, en un escenario patrocinado por una conocida marca de bebida energética. Al fiber lo asaltan por el recinto con diferentes promociones de consumo, y por momentos el festival parece un parque temático en el que la música no es más que otro de los productos ofertados, y no siempre el más importante.

Son tiempos confusos, pero la gente se divierte. O eso parece: en la arena y las piscinas del South Beach, quemando zapatilla en cualquier rincón oscuro o perdiéndose en la multitud del escenario grande cuando cae la noche. Y si no, puedes aprovechar los ritmos de, qué sé yo, Crystal Fighters, para huir con disimulo haciendo la conga. Cada uno se fabrica su pequeño FIB y esa unión de experiencias conforma el FIB grande. La palabra es esa, experiencia; los festivales de verano ya no venden un deleite de ocio cultural sino una experiencia de vida. La del FIB, que desde el inicio añadió el sol y la playa al meollo musical, continúa convenciendo a los suficientes.

La organización confía en mantener las cifras de asistencia del año pasado, en torno a los 30.000 espectadores en cada jornada del fin de semana. La XXI edición del Festival Internacional de Benicàssim arrancó remolona el jueves y entró anoche a funcionar a pleno rendimiento. Es la de hoy la noche con más entradas de día vendidas de manera anticipada, gracias en buena medida a dos reclamos de indudable marchamo noventero: Blur y Los Planetas. Cuando los segundos tocaron en el primer FIB, aún en el velódromo y cuando Calvo y los suyos soñaban con un nuevo y alternativo negocio musical, muchos de los fibers que hoy pisan Benicàssim ni siquiera habían nacido. Y cuando cancelaron en la segunda edición, porque en la noche anterior se le fue la mano a Florent, el guitarrista, tampoco.