El mismo músico, Fabio Biondi, en dos días consecutivos y? ¡vaya diferencia! Este instrumento, el violín, sí que lo domina. Y dígase lo mismo del repertorio.
La conferencia-recital versó sobre una de las líneas evolutivas del violín en el siglo XVIII: la que lleva del romano Corelli a Tartini, Veracini y Locatell; más allá si incluimos las propinas. Bien explicado y excelentemente tocado, con perfecta compenetración con Paola Poncet, la clavecinista habitual de Europa Galante, por añadidura: ¿qué más se puede pedir?
La primera parte comenzó, a modo de prólogo contrastante, con Vivaldi, el padre de la otra escuela, la veneciana. Inmediatamente comprendimos la importancia, necesidad y sentido de las vigorizantes ornamentaciones, y sólo en el Largo se antojó demasiado seco y marcado el tono. Al revés en Corelli (Op. 5, nº 9), donde los embellecimientos, en lugar de animar, relajaban aún más un discurso centrado en un Adagio extático. Con el más grande de sus discípulos, Geminiani (Op. 4, nº 8), lo maravilloso se llevó un paso más allá, muy especialmente en el primero de los dos Allegros y en el subsiguiente Andante, tanto más difícil como lo es en relación con el puro virtuosismo puramente técnico el musical preciso para cantar sin afectación impostada sus serenas tiradas.
Con su Jardín de Aranjuez fue el madrileño José Herrando quien tras el descanso ocupó el lugar previamente asignado a Vivaldi. Lo ligaban a éste unas onomatopeyas programáticas ejecutadas por Biondi con virtuosismo parejo al que le exigieron los «soberbios» que venían a continuación: Tartini (Didone abbandonata), Veracini (Op. 2, nº 12) y Locatelli (Op. 6, nº 12), más Leclair y Paganini como ampliaciones. Si acaso, sólo se echó de menos una mayor atención o fidelidad a las indicaciones de variación dinámica y de más algún gritito aislado; lo demás, irreprochable. El público que llenaba la sala (¿quién dijo que aquí no lo había para la música de cámara?) aplaudió con entusiasmo. Esta vez, creo yo, con mucho más fundamento que un día antes.
