Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El magisterio de la crítica

Todavía recuerdo cuando, a principios de los 90, el entonces redactor jefe de Cultura, Xuso Civera, me llamó para decirme que Josep Lluís Sirera se dejaba la crítica de teatro de Levante-EMV, y que si yo quería encargarme de ella. La primera sensación fue de responsabilidad, de inmensa responsabilidad, porque Sirera tenía un perfil bien alto. Y no me refiero solo a su calidad, sino a su talante. Sus críticas andaban a contracorriente de la tónica dominante „no obstante, hay mucho tópico que perdura sobre este asunto, y que no es real, salvo casos concretos„, al percibir ya un alejamiento de la idolología de otros tiempos, pero también de la mera crítica del gusto. O del disgusto.

Y hoy, que Sirera nos ha dejado huérfanos, de manera inesperada, en plena madurez, en plena época de proyectos, lo rememoro con mayor fuerza todavía. Rememoro su gran capacidad para argumentar, e, incluso, para razonar sus gustos. Esa es justamente la función del crítico: hacer vivir de nuevo la praxis teatral o artística, hacerla comprensible y no solo sensible.

Rememoro su crítica periodística, pero también todo lo que estaba detrás, una inmensa tarea de investigador, de historiador del teatro. Rememoro y admiro aquel abandono de la crítica diaria para pasar a la crítica selectiva, por placer, la que había culminado con la creación la página web Episkenion, con su No somos crítc@s, para escribir sin obligaciones a la hora de pensar el número de palabras, ni en lo publicable. Además de teórico, Josep Lluís era un gran activista. Rememoro su amor y pedagogía, como diría Unamuno. Porque Sirera, siguiendo la estela de renovación del teatro, ya que se inició en pleno auge del Teatro Independiente (la generación incombustible, que dijera Juli Leal) siempre ha apostado por lo nuevo, como así ha ocurrido en los últimos años. Y lo más importante, fue capaz de perfilar, de intuir, las fuerzas magnéticas del momento. Porque siempre ha estado pendiente de perfilar, normalizar, el hecho de un teatro valenciano, incluyendo la recuperación de sus raíces, el sainete. Fabulosa heterodoxia.

Rememoro también su faceta de autor, junto con su hermano Rodolf, y tantas cosas, tantos momentos, tantas charlas, tanto magisterio. Pero el mejor homenaje que se le puede hacer, porque siempre fue una de sus preocupaciones, es que de una vez por todas se logre perfilar una buena política teatral, la que ayude a decir bien alto que existe un «teatro valenciano», en sentido amplio.

Compartir el artículo

stats