Los juguetes se habían jubilado. «Estaban en un jardín de mi casa en México», confiesa Jomi Oligor, que un día se casó con una lugareña y allí, tras una década de viajes por el mundo, dejó descansar a la feria ambulante de autómatas que le había acompañado. Tres años después, él y Senen, es decir los Hermanos Oligor, han recuperado «el circo» de actores de metal que crearon en un sótano de Burjassot y que dio lugar a Las tribulaciones de Virginia, un espectáculo poético y mecánico; una auténtica rareza.

La obra se concibió en Valencia, en el taller del artista fallero Manolo Martín. Luego se fue al sótano, donde la historia de amor entre Virginia y Valentín, dos muñecos creados con material reciclado, cobró vida en una atmósfera que parecía surgida de la imaginación de Tim Burton. La voz corrió y la obra salió a la luz. En Valencia se estrenó en la Sala Moratín en enero de 2003 y de allí al mundo entero. Primero Europa y después Latinoamérica, último destino. Asegura Jomi Oligor que no pensaban que habría otra vida para sus criaturas. «Pero El Musical estaba interesado y también el festival de Valladolid, así que venimos para esta vez y ya», zanja uno de los dos creadores.

Las tribulaciones de Virginia solo se podrá ver desde hoy hasta el domingo en la sala del Cabanyal, sin actualización ni revisión de la trama, recuperando la obra tal y como echó el telón en la Mérida mexicana. Sus protagonistas (los de carne y hueso) llevan tres jornadas reconstruyendo la maquinaria en el teatro y reconocen que no saben quién necesita más rodaje, si sus autómatas o ellos mismos. «Es un ejercicio de memoria tremendo», confiesa Jomi Oligor.

«Volver a Valencia es como un flashback y resulta emocionante», confiesa uno de los padres de este circo. En la década en que estuvo activa, la función no solo tomó teatros, también recorrió iglesias y gimnasios de colegios. Los Hermanos Oligor fueron objeto incluso con un documental premiado en el Festival de Málaga. Todo eso parece ahora muy lejano, aunque Jomi Oligor asume que «fue una de esas cosas que solo suceden una vez en la vida». Para la nueva generación de potenciales espectadores, Jomi pide que se acerquen al teatro solo «si son capaces de apagar el móvil durante hora y media». Ha hecho falta un mes de traslado en barco de este extraño circo para que quienes nunca entraron se dejen absorber ahora.