Fue musa del cine español en las postrimerías del franquismo, enamoró al escritor Juan Benet y entregó los mejores años de su vida a Fernando Fernán Gómez. Emma Cohen (Barcelona, 1946), actriz y escritora, publicó en 2012 "Un vago resplandor" (Rey Lear), una novela con tintes autobiográficos protagonizada por la "clocharda" Julia Proteus.

-¿Julia Proteus es usted?

-Es una mezcla. Tiene rasgos de una mujer que descubrí una vez callejeando por Madrid. Llevaba carritos y se le cayó una carpeta al cruzarse conmigo, la fui a ayudar y, de pronto, me dije «esta es Julia Proteus». Y de ahí salió el libro. También tiene mucho de mí. Desde la infancia he sentido magnetismo por los vagabundos, los clochards, que ahora llaman homeless o sin techo; siempre he visto en ellos cierta libertad. A Julia Proteus le fascinan los carritos, buscar objetos, seleccionarlos y exponerlos.

-¿Usted, como ella, también busca objetos en la basura?

-Por supuesto. A veces me llevo a casa objetos y muebles que luego reciclo o regalo, porque tengo tantos libros que ya no me cabe nada. Los hago florecer de nuevo y se los ofrezco a las personas que creo que los pueden apreciar.

-Pocos deben saber que se llama Emmanuela Beltrán Rahola.

-Así consto en los documentos oficiales.

-¿Por qué se cambió el nombre y se puso un apellido judío?

-No fue voluntario. A mi padre no le pareció bien que dejase la carrera de Derecho y saltara al mundo de la forma en que lo hice y, cuando empecé a ser actriz profesional, me dijo que me cambiase el apellido porque no le venía bien que llevase el nombre de la familia. ¿Por qué Cohen? Después de haber cambiado tres veces de nombre, Ricardo Muñoz Suay me sugirió que escogiese un apellido de un antepasado que me gustase, y elegí Cohen, el de un ancestro mío expulsado de España.

-"Yo era una marciana y todos me veían como una marciana". ¿Por qué decía eso?

-Era bastante marciana. Me pasó como a Sara, la protagonista de 15 años de «Verbo», la película de Chapero Jackson, que no le gusta lo que le rodea ni el futuro que le espera y se revuelve contra su destino y escoge su propio camino. A mí me pasó más tarde, descubrí que había más mundos cuando ya estaba en cuarto de Derecho.

-Pero entonces ya había descubierto el cine y el teatro.

-El teatro formaba parte de mi vida oculta cuando estudiaba Derecho. En esa época tenía una doble vida, o triple, porque también estaba la seudopolítica, iba a las manifestaciones...

-Se fue a vivir el 68 a París, ¿por qué no se quedó?

-Me pilló la policía y me llevó a una especie de campo de concentración, me quitaron el pasaporte y me informaron de que se me había agotado el permiso de turista. Y, además, apareció por allí mi madre, acompañada por su hermana, que me decía que si no volvía se moría. Como no quería matar a mi madre y no tenía pasaporte, volví.

-Y cambió Barcelona por Madrid.

-Claro, porque en Barcelona seguía vigilada y quería liberarme un poco de esta historia.

-¿Lo consiguió?

-Con el tiempo, mis padres comprendieron que estaba determinada a tener vida propia y me dejaron en paz.

-Una de las películas que hizo por aquella época fue 'Las petroleras', con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale.

-(Risas). Era una coproducción y necesitaban a una española que hablase francés. Hacía de hermana de Claudia pero me convertí en amiga de Brigitte. Fui una traidora, siempre lo he sido (risas).

-¿Combinaba proyectos interesantes con cine alimenticio?

-Por supuesto, tenía que vivir. O haces trabajos muy precarios pero que no te determinan o vives de lo que te gusta aunque sean empeños dudosos, al menos no abandonas el territorio. Además, en cualquier película alimenticia hay algo, un ser, una secuencia, un movimiento de cámara o un momento que hacen interesante haber estado.

-¿Qué es lo más infame que ha hecho en cine?

-'Aborto criminal', con Iquino. El rodaje fue genial. Iquino tenía cosas de salvaje perfectas, por ejemplo, enchufaba el equipo directamente en las farolas, no llevaba grupo electrógeno. Me sentí mal porque iba en contra del aborto libre, pero al mismo tiempo pensaba que, en el fondo, podía ser un mensaje para que la que quisiera abortar fuese a Londres o a Holanda a hacerlo, porque si lo hacía en España corría el riesgo de morir, como mi personaje.

-Siempre ha estado unida a gente muy atractiva. ¿Juan Benet fue su pareja antes que Fernando Fernán Gómez?

-Mientras. Desde que nos conocimos, en 1970, Fernando y yo fuimos amigos, compañeros, camaradas y de todo, pero en 1980 nos tomamos un año sabático y cada uno hizo lo que quiso. Fue durante ese año cuando tuve relación estrecha con Benet.

-¿Le ha enriquecido estar con personas así?

-He tenido la fortuna de encontrar a amigos así, como ellos o como Joaquim Jordá (director de cine), seres estupendos, muy generosos y muy parecidos a mí, que me han enriquecido muchísimo.

-¿Nunca se sintió anulada?

-Desde fuera lo parecía. Incluso a mis propios amigos les daba esa sensación al principio y temían que yo me fuera al carallo por estar con gente tan principal. Para mí era un gozo, era la forma que yo había elegido y me gustaba, aunque desde fuera pareciese que había sido absorbida.

-Un asunto complicado.

-Es complicado, pero depende de lo que sienta una por dentro. Si haces mucho caso de lo que piensan los otros, aunque sean amigos, te pierdes a ti misma.

-¿La muerte de Fernando le ha dejado un gran vacío?

-Fue una muerte muy anunciada, al menos para mí, que llevaba siete años de moribundia y otros diez, bastante duros antes.

-¿Quince años dedicada a cuidarlo?

-Sí, intenté que tuviera la mejor vida posible. Al mismo tiempo, yo tenía la mejor vida posible y me sentía bien porque era lo que quería hacer.

-¿Cómo se siente ahora?

-Rara, como a cero. Siempre voy de cero en cero. Ahora puedo ofrecer lo mejor que he escrito, que es ese «Vago resplandor», así que estoy en un buen momento, la verdad.

-En dos años ha publicado tres libros: dos obras de teatro y la novela.

-Es la cosecha de esos años en los que era el báculo de Fernando y le ayudaba a pasar lo mejor posible su ancianidad y su enfermedad.

-¿Era buen enfermo o cascarrabias?

-Llevaba la enfermedad muy bien. Era muy inteligente y tenía un comportamiento increíble tanto con los médicos como ante su deterioro físico. Era de una templanza total, lo que pasa es que aquel grito de «¡A la mierda!», en la presentación de sus memorias, que se expandió como el fuego y arrasó toda la Península y parte de América Latina, le dio fama de iracundo. Tuvo dos o tres secuencias violentas con periodistas ante las cámaras, pero ésa fue la más fuerte y lo convirtió en el Capitán a la Mierda.

-¿También era iracundo en los rodajes? Gabino Diego parece que no lo pasó muy bien en el rodaje de "Viaje a ninguna parte".

-Eso lo dicen Pepe Sacristán y Juan Diego, que estaban con él. Gabino siempre ha dicho que, como era su primera película, estaba feliz y que, cuando le salía bien la escena, Fernando se acercaba y le decía: «Muy bien, lo has hecho muy bien». Lo que ocurre es que Fernando, cuando hacía de director y de actor en las películas, se ponía en un estado de alta concentración y no permitía hablar de otra cosa que no fuese la película.

-Su casa era muy visitada: Pilar Miró, Jaime de Armiñán y Elena Santonja...

-Sí... Y José Luis García Sánchez, Marisa Paredes, Luis Alegre, Charo López, Agustín González, Manolito Aleixandre, María Luisa Ponte, Eduardo Haro Tecglen, Paco Umbral y muchos más. En Fin de Año, cuando vivíamos en el centro de Madrid, dejábamos la puerta de casa abierta y pasaba todo el mundo. Rifábamos objetos y había jarana hasta que se iban todos. Sí, en cuanto podíamos, hacíamos reuniones nocturnas.

-El velatorio de Fernán Gómez en el Teatro Español mostró que tenían muchos amigos.

-Lo que más me emocionó -aparte de los amigos, por supuesto- fue ver a la gente común que pasaba constantemente. Fue como un abrazo de la gente de Madrid que Fernando retrató en su mejor película, «El mundo sigue».

-¿Los amigos la apoyan y están pendientes de usted?

-El 90 por ciento de esos amigos que he mencionado están muertos. Ahora vivo en un monte raro, pequeño y bajo, en una urbanización con nombre de isla y en una calle que se llama Luna. Es como si fuese ninguna parte. Vamos, vivo en la Luna.

-¿Se siente sola?

-Sola estoy, pero no me siento. Estoy con las hormigas salvajes, con los pájaros, con los libros...

-¿La van a visitar?

-Si me pongo muy pesada, sí, pero como no me gusta hacer eso, cuando quiero ver a gente, cojo el bus y el metro y me voy a Madrid.

-¿Ahora es usted la anacoreta?

-Sí, soy anacoreta. (Fernán Gómez protagonizó «El anacoreta», de Juan Estelrich).

-Hace un par de años se rapó la cabeza, ¿fue un arrebato o los efectos de una quimioterapia?

-Fue otro cero. "¿Para qué tengo pelo?", me dije, y me lo corté al cero. Me fui a dar un curso a la UIMP, a Santander, y se quedaron escalofriados con mi pinta espantosa (carcajada). Creo que me he perdido la ocasión de repetir. Recuerdo que una persona maravillosa me abrazó creyéndose que estaba «súper quimio», y le di las gracias.

-"Emma Cohen, la mujer que se afeó por amor". Es un texto que aparece en internet.

-Lo leí. Me hizo gracia porque en realidad la persona que lo escribió, una mujer argentina, defendía una teoría que, bajo la apariencia de banalidad, tenía razón. Yo me planteé que no podía sucumbir si me ofrecían una película apetecible y, para no dudar, me puse a ensanchar. Y engordé, y me pasé quince años «gordi», lo suficientemente «gordi» como para no hacer películas.

-¿Decidió que no quería ser objeto de deseo?

-Para las cámaras.

-¿Por qué?

-Porque no podía hacer todo al mismo tiempo.

-En "La silla de Fernando", Fernán Gómez decía que siempre había preferido las mujeres guapas a las inteligentes.

-Eso son boutades.

-Siempre estuvo con mujeres muy guapas. Usted fue también muy guapa, ¿por qué cultiva la fealdad?

-Porque tampoco hay que estar siempre igual. Con lo corta que es la vida, no vale la pena el estatismo.

-¿Se dedicará a sí misma, ahora que ya no la necesita Fernando?

-No lo sé, es otra situación, otro cero. Siempre he hecho lo que más me gustaba hacer. Aunque por fuera no parezca que salgo ganando, por dentro sí salgo ganando. Estoy bastante contenta conmigo misma, me siento en paz.

-¿Cultiva su jardín?

-Cultivo el huerto y podo, por ritual, los rosales que plantó Fernando.

-¿Qué cultiva?

-Tomates, zanahorias, apio, acelgas, calabacines... lo que me gusta comer.

-"Siempre he tenido algo de insensata".

-Eso me decía siempre mi madre. Y que era una inconsciente. Supongo que, en el fondo, había un afán de protección.

-¿Nunca quiso ser madre?

-Nunca, qué curioso. Me falta el instinto materno.

-¿No fue un poco madre de Fernando?

-No, más que madre he sido siempre compañera. Nunca he actuado de madre dando consejos, sino exponiendo y protegiendo, pero en plan de amiga, de compañeros.

-Por lo visto, es experta en abrir erizos, ¿además cocina?

-Sí, los abro muy bien, pero es un peñazo. Como nadie lo sabe hacer, me toca siempre hacerlo. Y no cocino mal.

-¿A Fernando le gustaba la cocina?

-Sí (carcajada). Le enseñé a cocinar con el libro de Simone Ortega y le encantaba aprender. Le fascinaba hacer la bechamel, que es como alquimia, una transmutación de la materia. Viendo sus nuevas aficiones, Haro Tecglen le regaló un libro de Paul Bocuse y aprendió la receta de un caldo que había que destilarlo durante dos días, y ahí nos tenías a los dos removiendo la cazuela por turnos.

-Llevaba cosas a los "indignados" del 15-M.

-Al principio, fui a la Puerta del Sol y les llevé unos libros y unos alimentos. Entré en esa sensación de Mayo del 68 y me vi a mí misma. Recuerdo que cuando estaba en el Odeón, en París, vino una viejecita a traernos un pastel. Al ir a Sol, me vi como ella. ¡Cómo cambian las tornas!

-¿Cómo se defiende económicamente?

-Tengo una casa enorme y llena de libros, pero apenas tengo gastos. Llevo ropa de hace veinte años y sólo gasto en luz y en calefacción, y como, sobre todo, lo que saco de la huerta. Son gastos mínimos, me defiendo económicamente impartiendo talleres, dando conferencias, haciendo presentaciones... Haciendo trabajos que me dan para sobrevivir.

-Sobrevive gracias a su austeridad.

-Sobrevivo gracias a mi austeridad, al trabajo intermitente y a lo mal que me pagan.