«La primera detonación les pilló desprevenidos, y Berta comprendió que jamás olvidaría aquel momento». Santiago Álvarez debió de rememorar alguno de los primeros estallidos de marzo cuando evocó una «mascletà» para la introducir su novela. Álvarez es un murciano atrapado en Valencia, entre otras cosas, por un festival y por un personaje. Codirector de Valencia Negra „el certamen de literatura criminal que cumplirá en 2017 su quinta edición„, hace unos años que decidió pasar de la periferia del género negro a inscribirse en su catálogo de autores. Así es como nació el detective Mejías, un nuevo antihéroe listo para acumular casos y páginas a sus espaldas. «Siempre tuve claro que quería cuatro episodios. En cada novela tiene que evolucionar y no se puede evolucionar infinitas veces», reflexiona el autor.

Mejías fue el protagonista de La ciudad de la memoria (Almuzara, 2015) y ahora vuelve a la calle con El jardín de cartón. Ambas, como en toda la saga que Álvarez prevé para su detective, tienen como escenario de fondo Valencia, ciudad recreada por un escritor que la conoce bien pero en quien permanece la capacidad de sorpresa del que nació fuera. Ese asombro es mayor cuando, como en esta novela, se describe la ciudad en pleno mes de marzo, asediada por las Fallas.

«En mis novelas quería que confluyeran tres parámetros: Valencia; que el pasado siempre acude al presente; y lo contemporáneo. Todo eso me llevaba inevitablemente a las Fallas», introduce el escritor, reseñando el impacto que causa la fiesta en el recién llegado: «En Madrid se ven de una manera distinta a como se perciben aquí, y piensa que yo no soy valenciano. Para mí son como un gran teatro, en el que se ve a los habitantes humildes viviendo la fiesta con mucho sentido de barrio, pero también se ven los excesos», comenta Álvarez.

Una ciudad de cómic

El argumento de la novela presenta a un detective con graves problemas económicos para mantener su agencia abierta cuando se le presenta un caso: encontrar el único whisky producido en tierras valencianas, dos siglos atrás. El cronómetro para cobrar la recompensa que acabará con todos sus males se enciende justo después de la primera mascletà de marzo. La ciudad, de nuevo, se despliega como el paisaje por el que se moverá Mejías: «Estoy en contra de calcar la realidad porque la ficción tiene reglas distintas. No pretendía hacer un retrato de Valencia sino de la Valencia de Mejías. Puede parecer una ciudad de cómic, pero se tiene que adecuar al personaje», apunta el escritor.

En un escenario como Valencia barnizado por el folclore de las Fallas, el lector puede pensar que además, tratándose de una novela negra, el autor se haya estudiado los sumarios de corrupción que han ido brotando en los juzgados de la ciudad durante los últimos años, cumpliendo todos los tópicos, «y lo malo de los tópicos es que funcionan», apostilla Álvarez. Sin embargo, en su reconstrucción de la ciudad ha querido desengancharse de la actualidad en busca de un objetivo más ambicioso: «Si hoy hubiera escrito sobre algún conseller corrupto quizás hubiera tenido más interés en el momento, pero mi idea es darle a la novela un sabor especial, crear algo propio».

Tras años viviendo en la ciudad, Álvarez apunta una contradicción sobre la fiesta que compone la atmósfera de su novela: «Las Fallas no definen a Valencia porque de hecho buena parte de la ciudadanía no participa de ellas, pero sí describen parte del carácter propio: por un lado señalan la gran capacidad de los valencianos para asociarse; por otro, cuentan los abusos sobre la ciudad».

Un Premio Planeta negro

«Lo interesante es consolidar el género», opina el escritor sobre la «exaltación» de un género del cual han salido las dos últimas Premio Planeta. «Están apareciendo muchos escritores nuevos, aunque no durará para siempre», abunda Álvarez, encargado de captar figuras que visiten Valencia para la próxima edición de su certamen. Él, tras las dos primeras entregas del detective Mejías, apunta que se alejará de él, para dejarlo «respirar», en su tercera novela.