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Música y muerte

«Réquiem» de Mozart

Palau de la música (valencia)

Dir. Cristina Contreras y Francisco Valero-Terribas. Int. Orquestra y Coro de Cámara Eutherpe. Tanya Durán, soprano; Amparo Zafra, mezzosoprano; Jesús Álvarez, tenor.

De las varias misas de difuntos escritas en los últimos 500 años, las de Verdi y Mozart encabezan el top-ten. Los Requiem de Victoria, Morales, Cherubini, Brahms, Berlioz, Fauré, Dvorak o Britten, no hacen más que confirmar el impulso sentido por tantos músicos ante esa circunstancia final de la vida. Fue, por ello, doblemente emocionante escucharlo servido por dos jóvenes formaciones de músicos valencianos: la Orquesta de Cámara y el Coro Eutherpe junto a un solvente cuarteto solista, bajo el control y cuidados del maestro valenciano Valero-Terribas, joven pero experimentada batuta internacional, capaz de darle vida y forma a la mortificación de la obra.

No es la Sala Rodrigo el continente apropiado para la grandiosidad de este Requiem: el reducido escenario dificultó la holgada colocación de los 90 intérpretes y, por ende, de la comodidad en su trabajo. En esas circunstancias, equilibrar sonoridades y dosificar matices se convierte en un arduo ejercicio que pone a prueba la capacidad de cualquier batuta. Valero-Terribas, dirigiendo de memoria, salió airoso del reto porque primó la frescura original de sus pupilos haciendo lucir la proyección de la orquesta y del coro (tan bien preparado por Cristina Contreras) al que, quizás, habría que acotar en su número de cantores (23 sopranos al lado de 12 mezzo o 9 tenores enfrentados a 12 bajos) para facilitar la simetría de unos y otros. Las comprometidas partes solistas fueron defendidas con seguridad desde la finura vocal de Durán, los claroscuros de Zafra, el brillo proyectado de Álvarez o la profundidad rotunda de Celenza.

Pero lo sustancial de este Requiem es que, con la sala a rebosar, esos jóvenes demostraron que, cada uno en su particular cometido, representaba ese segundo escalón que permitirá tomar el relevo a la generación actual. Y esa es la grandeza de la Fundación Eutherpe, de León, patrocinadores de esta embajada musical y del maestro Valero-Terribas, cuyo trabajo motiva y educa en el más noble valor artístico. Qué cunda el ejemplo.

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