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El Quijote que nunca pudo acabar Wells

«Las novelas pueden leerse de maneras menos convencionales», afirma el escritor valenciano, que ha rodado un cuento de fantasmas y escrito una película para niños

El Quijote que nunca pudo acabar Wells

­Es a la manera de Samaniego y sus bueyes que escribe Muñoz Puelles. Porque muchos hablan de don Quijote de la Mancha y pocos lo han leído, aunque siga de reclamo, y eso que existen 4.000 referencias bibliográficas, que se diga. Es tan largo en el espacio y en el tempo. Andante, que diría Wagner€ Tan intenso, tanto intento. Y, además, ¿en qué versión? Hay tantos quijotes€ En realidad, hay tantas variaciones como familias, incluso como personas, aunque eso lo escribiera de las islas efímeras o los barcos errantes citando a los inuits en pleno verano.

Tantas versiones. Desde la de Juan de la Cuesta (1605) pasando por la castellana de Tonson (1738), que se acompañaba de la Vida de Cervantes, de Mayans i Siscar. ¿El Quijote de las armas y las letras de Trapiello? El de Bassanta de Lugo? El mismo Puelles tiene una en Anaya con 7.000 notas y una antología de textos en Oxford University. La novela que presenta ahora incorpora la novedad del despertar postmorten, esa vida del espíritu, figura espectral para la que, dice, «quiza hace falta disposición natural y aprendizaje, como en todo». Miguel murió de hidropesía con 68 años.

El despertar de Cervantes tiene el acierto de quien, si fuera pintor, sería neofigurativo, aunque aquí el valenciano es deudor del norteamericano (un grande de ese arte que piensa en luces y sombras) y de otros cómicos como los aquí silueteados. Welles en su Campanadas de media noche, rodada en España, por cierto, ese Falstaff y su batalla de Shwresbury, y Fernán Gómez en Don Quijote cabalga de nuevo (1973), loca diversión de Gavaldón con Cantinflas. Es la creación. Geología y geometría en cruzadas que imitan los sueños.

Muñoz Puelles, que tiene publicadas 17 novelas para adultos, ha escrito una que pasa por juvenil. Su despertar sigue la estela del inconcluso Quijote de Welles, maestro hipermoderno (F de Fake) del plano secuencia, del montaje fragmentado, renovador del lumínico Eisenstein, precursor del videoclip y rompedor de la mismísima ley del eje. «No se conciben aventuras mayores que la del cine», dice Puelles. Parece que sus restos descansan en Ronda o eso dice una novela que también habla de toros para reseñar no la tristeza del banquete sino la complacencia de la multitud.

Qué mejor maestro que el Welles detective de Luz de luna para seguir a un Orson que no se acaba nunca. Muñoz Puelles presenta una novela que no se agota, es un fantasma. Mejor dicho dos, porque su don Miguel, vestido de sudario y actuando por unas monedas en la calle, es un personaje sin sombra, como corresponde. Y encuentra a otro que tampoco la tiene, un Wells contratado ahora para hacer de Sancho (y de ayudante de dirección) y don Miguel de Quijote, pues da el tipo. El director es el alemán Curd Kürten, trasunto de Jeremy Prokosch, el productor representado por Jack Palance en El desprecio de Godard. Y es que entre fantasmas se reconocen hasta los implantes bucales.

El hombre herido en el pecho y en la mano izquierda en Lepanto, caballero andante en pedestal (los perros mean en las estatuas), el de la triste figura y la nota de locura es el que busca Kürten, por cierto, y llegando a las mujeres, casado con una alemana, discreta enamorada (de Miguel) Hanna Gottberg, otro trasunto, ahora de Hanna Schygulla, favorita de Fassbinder. También sale Orzowei. Este don Miguel es un muerto que abandona la cripta de Trinitarias para ir al Ritz y ver la chatura del hoy. Aparecen Atocha, los túneles del teatro español, el retablo de las maravillas, el cine Doré. Criptana, tierra de gigantes, Renovell. Sindulfo Lanza, olifantes y palmerines, Shakespeare, Tirante el Blanco, Horacio. Y Calanda y sus carcajadas tamboriles de pueblo de gigantes, donde se desarrolla la historia de amor que verdaderamente es este libro, que iba a llamarse Miguel enamorado como si de un poema épico escrito en octava real se tratara. Ya se sabe, la inspiración de Orlandos y Rolandos. Dulcinea es una productora que no rodó la Biblia por falta de presupuesto.

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