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Entrevista

Luis Landero: "Una sociedad miedosa se echa en brazos del primer redentor"

«La televisión niega lo que enseña la escuela» - «Estamos en una era postcontemporánea»

Luis Landero: "Una sociedad miedosa se echa en brazos del primer redentor"

Tras el éxito de El balcón en invierno, Luis Landero (Alburquerque, Badajoz 1948) aborda una historia esencial. Le confieso un secreto, palabra clave en La vida negociable (Tusquets), sobre una pasaje genial sobre el oficio de periodista y esboza una sonrisa cómplice. «La lentitud y la soledad son esenciales para hacer cualquier cosa que merezca la pena en esta vida». Y arrastra que todo lo bueno de la humanidad, la filosofía, el arte o las novelas se han hecho así. Reivindica el silencio «porque ahora hay mucho ruido». Una de las metas de Hugo Bayo, el protagonista, un niño al que vemos crecer, es huir de la gran ciudad y vivir en el campo. «Muchos añoramos nuestros orígenes y nos gustaría volver a la vida sobria, sencilla, de contacto directo con las cosas». En definitiva, «huir de la artificiosidad y la inautenticidad en la que vivimos». La vieja añoranza del mito de la vida retirada. El inicio de la novela se le ocurrió hace quince años: «Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles...». La peripecia de una madre que lleva a su hijo, de unos ocho años, a una tienda y lo deja al cuidado de alguien y desaparece. «Ahí estaba el germen de una buena historia».

«Yo en el amor -leo un párrafo de su novela- le pedí a los Reyes Magos un scalextric, un coche teledirigido, una bicicleta, y que sé yo que más, y fíjate lo que me echaron al final, un par de calcetines, dos castañas pilongas y una bolsita de caramelos de café con leche. Esa es toda mi historia sentimental». «Eso es lo que suele ocurrir en el amor», contesta. Cuando le comentó que la última parte de la novela, cuando Hugo busca a su madre me resultó angustiosa, arguye que la realidad siempre fastidia la vida porque «el hombre es ante todo un soñador». Esa realidad que cimenta el «circulo infernal de la monotonía», y que gracias a la imaginación podemos escapar del tedio y la monotonía, como Ícaro del laberinto.

Esfuerzo para la cultura

Sale a la conversación los jóvenes y la educación, a raíz de su encuentro el jueves con 600 chavales en la Biblioteca Valenciana. Teme lo que va a pasar con ellos cuando lleguen a la treintena. «Se están educando en un medio nuevo, las redes sociales» y se pregunta si van a ser capaces de hacer el esfuerzo de escuchar a Mozart o leer a Proust. ¿Es optimista? «No, pero tampoco soy apocalíptico, aunque a veces me dan ganas de serlo», al tiempo que cita Trump y Putin, el «brexit», el auge de la ultraderecha en Europa y el polvorín de Oriente Próximo. «Parece que los instintos primarios están otra vez saliendo, y el único que los puede frenar es la cultura, no hay otro escudo». Aunque rechaza el pesimismo, «porque el fatalismo es un poco reaccionario». Reivindica un pacto entre la escuela y la sociedad, que en su opinión ya hubo, pero se rompió. ¿Quién? «El mal gusto de la sociedad. Lo que la escuela enseña, la televisión lo niega». Lee filosofía e historia para entender un poco lo que ocurre. «Hemos empezado a delegar cosas que no se pueden delegar, como la educación y la política», según su diagnóstico. «Vivimos en una sociedad muy ignorante, donde es muy difícil encontrar a alguien que tenga un criterio personal. Si hubiera infierno, uno de los castigos tremendos sería estar escuchando a Marhuenda, Inda, Iglesias, Sánchez y Rajoy eternamente», remata. Explica que el miedo lo define todo, y cuando la manada tiene miedo busca «al macho alfa, que son Putin y Trump». «Somos una sociedad miedosa que se echa en brazos del primer redentor y el miedo hace que sea reaccionaria». «Recuerdo que antes nos llamaban a los escritores, hasta un poco antes de la crisis para opinar de todo, pero ahora nadie consulta a los escritores, que me parece bien, pero es un síntoma». Internet ha roto el silencio y la lentitud que reclama y ha cambiado todas las estructuras mentales y todos los referentes. «Estamos en una era postcontemporánea»

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