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FIB

Aquellos maravillosos (o no) años noventa

Ride y The Jesus & Mary Chain, piezas claves del FIB seminal, regresan hoy a Benicàssim - Antonio Luque (Sr. Chinarro) y Ernesto González (Pribata Idaho), que tocaron en la primera edición, recuerdan aquellos años

Aquellos maravillosos (o no) años noventa

La nostalgia es un nicho indispensable en cualquier festival. El FIB, hijo ilustre de los años noventa, no es excepción al fenómeno. Dos bandas que estuvieron en la primera edición de 1995 y marcaron el carácter del festival, Ride y Los Planetas, repiten en 2017. También actúa esta noche The Jesus & Mary Chain, que se cayó del primer cartel a última hora y se resarció en el año siguiente. No son los únicos con pedigrí de autenticidad noventera. El sábado asoman otros mitos del infrarock: Dinosaur Jr.

Desde la mitificación del despertar de los noventa a la masificación de hoy en día, el FIB es un potente generador de historias. La primera aventura del festival se dio cuando ni siquiera el festival había nacido. La protagonizó un entonces joven Antonio Luque, tótem de eso que se llama indie nacional, avalado ahora por la extensa y rica trayectoria de Señor Chinarro. Antonio Luque tocó en el primer FIB del velódromo: llegó a Benicàssim haciendo autostop.

«Yo tenía 24 años entonces, había leído On the road de Kerouac y era la época de fliparse un poco», recuerda. «Era algo habitual», relata, «no teníamos dinero y el año siguiente hicimos algo parecido hasta Barcelona».

La aventura chinarra se enmarca de alguna manera en lo que era entonces el panorama de la música independiente nacional. La generación compartía, dentro de lo precario, unas determinadas señas de identidad. La apatía escénica, el desprecio por la estética y el uso de la lengua inglesa. En eso el castellano de Sr. Chinarro era casi excepción, junto a bandas como Los Planetas o La Buena Vida, también presentes en aquel FIB original y, en la paradoja, quienes más recorrido tuvieron después. «Los Planetas precisamente nos acortaron el viaje, porque nos llevaron desde Sevilla hasta Granada en su furgoneta», apunta. A partir de ahí el viaje gana en sabor. «Nos cogió un egipcio con un discurso digamos muy radical, de explosiones y eso, que nos dejó en Almería. En Almería nos perdimos y acabamos en un barrio peligroso, donde nos advirtieron que no durmiésemos allí, que nos robarían los instrumentos». Gracias a ese detalle bajaron a dormir a la playa. «Al día siguiente nos equivocamos de carretera y nos perdimos por el desierto», avanza, «pero tuvimos suerte porque nos acogieron unas putas que nos alimentaron a base de Fanta y pan».

El viaje más normal del mundo añadió al poco «un marine negro que nos guió hasta la carretera buena. Allí paró un camionero que dijo que a nosotros nos llevaba, pero al negro no. Intentamos incluirlo pero al final el marine nos dijo que era lo mejor, que a los tres juntos no nos cogería nadie». Total, que el último arreón, tras el camionero racista, «fue en el coche de un señor que iba tan borracho que tuve que conducir yo mismo. Él iba hasta Girona, nos despedimos en Benicàssim».

En 2017 no debe haber grupo que llegue así al FIB, «aunque yo uso mucho Blablacar, que es parecido». «Ahora si alguna furgoneta que alquilamos tiene alguna mancha o algo se me quejan los músicos», bromea Luque en el contraste. La música y el discurso de Señor Chinarro, más de dos décadas después, siguen igual de vigentes. «Fuimos pioneros, estaba todo por hacer y nosotros lo empezamos. La siguiente generación recoge ahora los frutos». Lo suyo es el FIB de siempre. «Sigo creyendo en la melodía», concreta, «yo no me rindo».

«Algo nuevo»

También vivió de primera mano aquella época Ernesto González, primero como músico y luego de organizador. «Yo era asiduo al Maravillas (la sala madrileña de los hermanos Morán, fundadores) y trabajaba en el sello Munster. Vinieron un día Joako y Luis (Ezpeleta y Calvo, los otros dos fundadores del festival) a contar qué querían hacer en Benicàssim». Ernesto tocaba en Pribata Idaho, uno de los tres grupos de Munster que fueron al primer FIB. «Al llegar a Benicàssim fue una sensación surrealista, de estar viviendo algo casi irreal, algo distinto seguro», explica. «Ahora se puede ver como algo pequeño, pero entonces nos pareció muy grande. Recuerdo que intentamos quedar en el camping con un amigo y era imposible». «El único teléfono móvil de todo el festival lo tenía Paco Loco, que iba a tocar con Australian Blonde», señala, «para los parámetros de 1995 en España, un festival así era una cosa medio marciana».

El FIB sirvió aquellos años de punto de encuentro para jóvenes que compartían las mismas inquietudes musicales en distintos lugares de la península. «Allí veías que no eras un bicho raro». Nunca se vio tan claro el efecto generacional del festival como en aquellos noventa. El desafío implícito a los músicos, a los promotores y a la industria establecida. «El ambiente era de euforia, de haberlo conseguido. Había problemas y limitaciones, porque las había, pero sobre todo mandaba la sensación de que iba a empezar algo nuevo, y de pertenecer a ello».

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