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La juventud pide paso

Las dos caras de una moneda

El diestro limeño ha sido la bocanada de aire fresco que necesitaba el escalafón para salir de la rutina - El torero afincado en Olivenza aprovecha las oportunidades para demostrar su calidad

Querer ser y tener algo que decir. Comunicar un misterio. Es lo que distingue, en esencia, al hombre que desea dejar su impronta en cualquier actividad artística. Luego viene el resto, que no resulta baladí; pero lo importante es saber qué se quiere ser/decir, no perder nunca el norte de la decisión que se fraguó en la intimidad, quizás al abrigo de una placita de tientas, donde todo el monte es orégano, las promesas quedan selladas y siempre se vuelve a buscar ese talismán enterrado en el fondo del alma para continuar con la lucha.

Es el caso de Andrés Roca Rey y Ginés Marín, dos jóvenes toreros que se han puesto el mundo por montera y aspiran a mandar en el futuro de la fiesta de los toros. Por distintos caminos. El del peruano más directo, superando los obstáculos con decisión y arrojo. Como cantó Queen, el añorado Freddie Mercury: «I want it all€ and I want it now» [lo quiero todo€ y lo quiero ahora]. No hay espera que valga. El ascenso, ya desde las faldas de la montaña, se presume imparable, arrollador. Aunque haya que superar mil y una penalidades. El esfuerzo merece la pena.

Roca Rey encarna las virtudes del perfecto espartano, centradas en la consecución del objetivo no importa las batallas que tengan que librarse o, precisamente, gracias a ellas; cuando mayor es el reto, más motivado salta al ruedo. Ha pasado en Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona€ No hay más que verle los ojos, cómo se transforman en cuanto pisa el albero. Esa mirada desafiante, concentrada solo en lo que tiene que hacer, como si nada más importase€ porque nada más importa. Ése es el método de su locura, que transmite a los tendidos con inusitada rapidez. El respetable detecta la ambición del limeño y comulga con ella. La resolución del espada transmite la emoción que muchos aficionados buscan como agua de mayo. Es la conquista de los terrenos para mandar en su totalidad. Y si el enemigo se refugia en el último fortín de las tablas, allá se va para demostrarle que hasta al abrigo de la querencia quiere y puede dominarle. Un auténtico perro de presa.

Ginés Marín encarna las virtudes del torero clásico. Más medido, armónico, cerebral. Vísteme despacio que tengo prisa. El jerezano plantea la contienda como una partida de ajedrez. Paso a paso, pieza a pieza, va imponiendo casi imperceptiblemente su dominio hasta que todo su trabajo de enorme mérito técnico, encaja a la perfección y adquiere el sentido buscado. El dominio desde la naturalidad, el ritmo, la cadencia. La obra de arte que emerge desde el inicio de la lidia, como quien teje una tela que solo revela su forma y propósito al final, como en las mejores películas de suspense.

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