Román lo venía diciendo a gritos. Y no se equivocaba. Sus últimas tardes en la plaza de toros de Madrid hablan por sí solas. Siempre bien. Con una evolución inmaculada. De aquel novillero bullidor y valiente a un matador con cuerpo y proyección de figura del toreo.

Dicharachero y "polvorilla" en persona, con el terno de luces se transforma completamente. Solemne, sereno, aparentemente tranquilo, pero con el mismo valor de siempre, mucho más ordenado, eso sí, y con un estilo que también ha ido puliendo poco a poco, pero siempre por el camino de la verdad, de la autenticidad.

Todo este crecimiento profesional eclosionó ayer en Madrid, en la tradicional corrida de la Virgen de la Paloma, que en los últimos años ha venido ayudando, y mucho, a algunos de los toreros que se anuncian en honor a ella, como el caso del propio Román, que ya el año pasado, tal día como hoy, acarició la gloria en esta misma plaza.

Y lo que en 2016 quedó en el debe, hoy se hizo realidad: Una Puerta Grande en la primera plaza del mundo. Un triunfo de ley, de consagración de un joven que aspira a llegar a donde le dejen. Como los otros que han salido relanzados este año en Madrid, Ginés Marín y Juan del Álamo, sin duda, la terna triunfadora de lo que va de temporada en la Monumental madrileña.

Mucho que ver para este importantísimo triunfo tuvo la interesante corrida de los dos hierros de Joselito, que puso en suerte al valenciano dos toros de bandera por bravos y emocionantes.

Y lejos de pesarle la responsabilidad de un toro de estas características, y más en Madrid, Román no se afligió, al contrario. A su primero, encastado, codicioso y humillador, de la Reina, le dio "fiesta" por los dos pitones con series macizas y bien compactadas de muletazos que fueron bien recibidos por la afición de Madrid, que se entregó también a valenciano.

Faena a más, a mucho más después de la congoja de una tremenda voltereta de la que salió ileso. Se tiró a matar o morir con la espada y dejó una gran estocada, que le valió el primer trofeo de la tarde.

Redondeó Román con el sexto, otro gran toro, este del Tajo, y que dio en la báscula 639 kilos. Román corrió muy bien la mano otra vez sobre ambos lados, mejor si cabe a derechas, por donde las series salieron más largas en número de muletazos. Ni una sola pega. La estocada volvió a ser la aliada que necesitaba para alcanzar la gloria.

Otro toro bueno, este por enclasado, fue el segundo de Iván Vicente, cuarto de corrida. El de Soto del Real construyó una labor sobre los mimbres del clasicismo y el sabor. Toreo templado y bueno de Vicente que, por ponerle algún pero, anduvo en algunas ocasiones un tanto periférico. Pero pudo cortar la oreja de haberlo matado como Dios manda.

Su primero fue un toro que no regaló nada, quedándose corto por el izquierdo y reponiendo por el derecho. Voluntad sin eco del madrileño en esta labor.

Y Juan Leal pasó sin decir nada. Es verdad que su primero fue un toro moribundo que tuvo que ser apuntillado al derrumbarse en el ruedo. Pero el quinto sí fue bueno, y el francés, que destacó en una primera tanda de rodillas, no se acopló en una faena encimista y vacía en lo artístico