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Crítica teatral

Descalzos en la habitación

Esta nueva producción del Teatre del Poble Valencià -un nombre poco afortunado que vamos asimilando poco a poco; así es la vida- sigue la línea de dar cuenta de autores destacados de la nueva dramaturgia valenciana. Y tiene sentido en el caso de Víctor Sánchez Rodríguez ya que de su pluma han salido textos como Nosotros no nos mataremos con pistolas. Sin tener esta vez un título tan atractivo -vaya, es poco seductor pero poco a poco lo vas asimilando; así es el teatro-, y con el eterno y trillado tema de la pareja, pronto te entra en vena este sugerente e impactante texto. Ya se sabe, la letra con sangre entra mejor.

Inyectada la obra ya en las arterias, me vino a la memoria el filme Descalzos en el parque. Y no porque tuviera algún parecido con este texto, sino por lo contrario. Allí, la discusión de pareja se hacía desde la superficie a la profundidad, aquí, desde la profundidad necesitamos ver la superficie: ese viaje a la búsqueda de la superación del desamor. Un viaje a Cuzco, la capital inca. La obra nos va preparando para una traca final de sentimientos. Sello de este autor. Pura lírica verbal. No se trata de representar, sino de expresar.

Pero dicha expresión no sería posible sin un lugar, una habitación desnuda, con una grieta (magnífica escenografía de Mieria Vila). Los personajes están de viaje en lugares maravillosos, y sin embargo una vez que se rompen las puertas, solo se ve oscuridad. Dentro domina un tono amarillo vivificado por una iluminación de gran precisión y belleza (Mingo Albior) que alumbra incertidumbre.

La puesta en escena del propio autor es impecable, coreografía de movimientos incluida. Solo hay una pega: cierto desnivel en la interpretación. Brilla sobremanera Bruno Tamarit, mantiene la intensidad justa, pero Silvia Valero tiene un problema de externalidad que se va difuminando conforme trascurre la acción. De todos modos queda como reto, interiorizar más su personaje. Tiempo al tiempo.

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