Reparto: Lola Herrera y Juanjo Artero
Dirección: Magüi Mira
Alejandra es una octogenaria, viuda y madre de tres hijos que ha vivido vinculada al arte y, sobre todo, a la pintura toda su vida. A pesar de su rol como madre de familia, siempre ha sentido la necesidad de ser libre e independiente. Ahora percibe que ha llegado al ocaso de su vida y, lejos de la serenidad y belleza que ella siempre había imaginado para esta etapa, todo parece desmoronarse a su alrededor: el cuerpo no le responde, sus recuerdos se difuminan, sus hijos mayores quieren llevarla a una residencia, sus opiniones han dejado de ser valoradas por los demás y tiene la sensación de haber perdido su independencia. Frente a ello, en lugar de someterse, no dudará en rebelarse optando por una decisión drástica: se inmolará en su casa con cócteles molotov -hechos por ella misma- antes que abandonar su hogar. La visita de su hijo Cristóbal, con el que siempre ha tenido una afinidad especial pese a que llevan años sin verse, hará que Alejandra se dé cuenta de que los miedos y el sufrimiento no son sentimientos exclusivos de la vejez. La situación es trágica y grotesca a partes iguales.
Magüi Mira dirige este espectáculo en el que el drama y el humor recorren todo el texto (de Eric Coble) sin necesidad de transiciones. Y es ahí precisamente donde radica el mayor interés de la propuesta. En el ritmo vertiginoso y en los radicales cambios de ánimo de los personajes -sobre todo de Cristóbal- que los hace cercanos al tiempo que sorprendentes. Todo en escena está planteado para que Lola Herrera y Juanjo Artero sean el centro del montaje. Ni la minimalista escenografía de Mira, ni la iluminación de José Manuel Guerra son relevantes, porque todo el espectáculo gira en torno a los dos actores, que sustentan a unos personajes que atraviesan una situación límite imprimiéndoles un amplio abanico de matices.
