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Al borde de la butaca

Al borde de la butaca

Obras de Mozart y Mahler

sala iturbi. palau de la música (valència)

Intérpretes: Orquesta de Valencia. Raquel Lojendio, soprano; Luisa Domingo, arpa y Dolores Vivó, flauta. Director invitado: Pablo González

Así escuchamos el último concierto de la OV: casi suspendidos en el asiento. Una orquesta es un instrumento de instrumentos y de ahí que haya que congratularse por el trabajo artesano de Pablo González (Oviedo 1975), quien en menos de una semana, puso en pie la monumental 4ª sinfonía en sol mayor, de Mahler, impresionante partitura de casi una hora, donde ya se asoman los ecos de su Quinta.

Dicho lo cual, hay que colegir que el maestro ovetense transformó el sonido de la OV desde el primer movimiento (Moderado sin prisas) donde hay un regusto clásico que el director delineó seguro y sin conjeturas, colocando a la orquesta en total estado de gracia. El maestro González contagió a los profesores valencianos esa especie de éter con el que Mahler impregna toda la parte creando la intimidad necesaria para desvelar algo no siempre evidente: el clímax absoluto que envuelve su música de principio al fin. No es él de gestualidad a lo showman pero, sin aspavientos, insinúa colores, acelerandi, volúmenes y consigue reducir los pppp a la mas mínima expresión, pero también controla los momentos exultantes de la obra sin estridencias, donde todo el protagonismo que Mahler ofrece a los percusionistas puede acercar a algunos maestros al estruendo pirotécnico. Prueba del profundo conocimiento del director asturiano ante las páginas del músico checo.

En el Scherzo, tomando un segundo violín afinado un tono más alto, el concertino Enrique Palomares tuvo su ocasión de lucimiento, con una inquietante Totentanz, al igual que lo hicieron en el trío, Enrique Artiga al clarinete y Miguel Ángel Pérez al fagot. Por el contrario, el desempeño de las trompas es siempre delicado y aún más en Mahler que no duda en imponerles momentos de gran responsabilidad que, sin duda, se corregirán en el futuro.

Para el Adagio, Mahler eligió un tema y variaciones que fue literalmente mimado desde el podio, y donde las cuerdas ofrecieron, posiblemente, su mejor sonoridad en la presente temporada, en una atmósfera de ceremonial que hizo contener la respiración, arriba y abajo del escenario, con remarcable protagonismo de cellos y contrabajos. Por último, la soprano canaria Raquel Lojendio defendió con aplomo y seguridad, el fragmento de El cuerno maravilloso del niño, inmersa en una masa orquestal que no siempre la hizo audible. Uno se pregunta si, en tiempos de crisis, se justifica traer una voz foránea para esos escasos siete minutos de música. O quizá (idea) se la podía haber aprovechado para cantar algunas otras arias de su extenso y variado repertorio.

Antes, el Concierto para arpa y orquesta de Mozart, fue un auténtico serpentín de corcheas y semicorcheas en el cual González expuso buen gusto, equilibrio y conocimiento de estilo, dando tiempo y espacio para respaldar el arpa de Luisa Domingo y la flauta de Dolores Vivó. Domingo lució un sonido límpido e impecable precisión en su doigté y Vivó se mostró decidida y segura con excelente fraseo. Ambas tocaron «jugando y disfrutando» (precioso el Rondó final) para conmovernos con la Cantinelle, de Poulenc, donde los brillos y aristas de la escuela francesa volvieron a encandilar al auditorio. Fue una jornada in memoriam del maestro López Cobos y donde ambas profesoras de la OV, se unieron en total complicidad. Noche con protagonismo femenino, pletórica de música y ovaciones para todos y confirmación de un excelente director español.

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