Sacudámonos de encima la depresión, así sea financiera o sentimental, aunque sólo sea por un rato, a la espera de la suerte que nos depare esta noche el partido de El Sadar. Para ello, nada mejor que echar una ojeada al Real Madrid. Desde la llegada de Juande Ramos, el equipo del hijo de la levantinista Lola Boluda, presenta una trayectoria impecable, pero, hasta hoy, no ha dispuesto de la más mínima ocasión de celebrar su recuperación. A cada victoria suya, casi todas sordas, oscuras y planas, según cuenta la cátedra, responde el Barça con un destello contundente, resonante y deslumbrante. De forma y manera que, eclipsado por el fulgor que expande su máximo rival, con su fútbol de última generación, el madridismo lleva un tiempo sin poder festejar nada. Su entorno mediático se retuerce los sesos para complacer a sus seguidores: los escándalos de Calderón; el hipotético retorno de Florentino para que repoble el Bernabeu, esta vez de jugadores de otra galaxia; el evanescente fichaje de Kaká, ya que el materializado de Faubert no tiene ningún glamour....

No les queda otra que mirar de reojo hacia Rafa Benítez, un hombre tan detestado por el madridismo, al que le dejó sin dos títulos de Liga, como reverenciado por el valencianismo, al que se las proporcionó. La última esperanza blanca se llama Liverpool. Salir triunfante de Anfield sería la proeza del año para el Madrid y llenaría de júbilo los corazones tan blancos.

En esas estaban, cuando el domingo pasado, les llegó el gol 307 de Raúl, como maná caído del cielo, para satisfacer la hambruna informativa que padecían. Convenientemente estirado y sobredimensionado, la dichosa cifra les ha dado para pasar la semana que acaba. El evento se ha presentado como una efeméride suprahistórica, casi institucional.

A mí, obviamente, Alfredo di Stéfano, cuyo récord ha sido igualado, me cae muchísimo mejor, dónde vas a parar, que Raulito. Y no creo ser un caso aislado. Di Stéfano, pese a su reconocido madridismo, es un personaje por encima de banderías y está bien considerado hasta en Barcelona. El Madrid siempre ha tratado de instrumentalizarlo y capitalizarlo en su beneficio, como una propiedad exclusiva, pero Alfredo no se ha dejado, porque es consciente de que trasciende los colores. Su figura mítica pertenece a todo el fútbol.

Todo lo contrario que Raúl, un tipo muy torpe en sus relaciones públicas, sobrado de aduladores interesados y falto de críticos sensatos. El Siete -sólo-del Madrid se ha posicionado siempre en favor de su facción y en contra de todas las demás; está en su derecho y, por tanto, no lo critico; simplemente, lo constato, porque, como consecuencia de esa actitud tan sectaria, en los bandos rivales ha cosechado pocas simpatías. Raúl-el raulismo, más bien- ha intentado además, imponer por las bravas a su ídolo en la Selección, en unos tiempos en los que, en España, casi siempre ha habido delanteros centros para elegir, tan capacitados o más que él, y segundos puntas mucho mejores. El pulso tan grosero que le echó a Luis Aragonés, acabó volviéndose en su contra. Paradójicamente, este futbolista tan venerado por los suyos y tan envidiado por sus adversarios, nunca ostentará en su palmarés el éxito más importante del fútbol español; ni támpoco figurará en los anales de aquella brillante historia, ni permanecerá para siempre en la memoria de aquel inolvidable verano. El fiasco que para Raúl y sus fanáticos supuso la ausencia de la Eurocopa, tratan de enmendarlo ahora forzando su vuelta a la Selección. Muerto Luis.... A Vicente del Bosque ya comienzan a enseñarle los dientes los medios de comunicación expertos en el chantaje.

Ese, precisamente, ha sido el gran handicap de Raúl: el raulismo. Al contrario que Di Stéfano, que se labró a pulso y en solitario su prestigio, Raúl ha sido víctima de sus errores, pero también de los de su entorno. La burbuja mediática que se ha hinchado en torno a él, no le ha beneficiado. La inflación informativa de fútbol que actualmente padecemos, no la sufrió Alfredo. En cambio, a Raúl le ha sobrepasado, y ya no puede controlarla.

Por muchos más goles que consiga, Raúl nunca alcanzará a Di Stéfano. La calidad humana no se contabiliza estadísticamente. Y, en lo referente a la futbolística, no hay ni color. Alfredo concita unanimidades y es historia del fútbol mundial. González, en cambio, provoca disidencias. Y su récord lo es en función de Di Stéfano.