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os "chateros", que están en todo, han reparado en la efusividad y el entusiasmo con los que Unai Emery viene festejando últimamente los goles de su equipo. En sus gestos se detecta una especie de liberación de rabia contenida, como un desfogue de pensamientos silenciados y palabras comidas. Es lógico. A Unai le están arreando de mala manera, la mayoría de las veces sin argumentos, simplemente porque sí, o vaya usted a saber qué pesares esconden sus más furibundos detractores o qué oscuros intereses defienden. A Unai no se le perdona su personalidad e independencia de criterio y se le atribuyen secretas alianzas con ignominiosos personajes. De ser así, allá él. Pero no se le puede criticar por sus compañías y, a la vez, pedirle que las cambie por las propias. Eso es de tramposos.

El caso es que en pleno trance de su renovación, cuando su continuidad la próxima temporada está en juego, cada gol que marca el Valencia se lo pone más difícil a sus vituperadores, tanto de dentro del club como de fuera. De ahí sus expresiones de alegría incontrolada. De momento, la fauna de pájaros de paso, aves de rapiña y aguiluchos disecados que aboga por su despido, tendrá que esperar para desenfundar la faca. En circunstancias absolutamente desfavorables por las numerosas bajas que sufre, el Valencia ha sacado adelante dos partidos muy complicados, ante el fibroso Werder y frente a un Almería muy bien trabajado por Lillo, un outsider del fútbol que tampoco se aviene a componendas.

En los últimos envites, Unai ha sido valiente y el riesgo que ha corrido le ha salido bien. Primero con Jordi Alba, por el que ha apostado para la banda izquierda en contra del sentir de la cátedra, que proponía otras opciones. Este domingo, se inventó de central a Manuel Fernandes, un jugador que parecía perdido para la causa y que sustanció con solvencia los problemas que le planteaban los riv?ales. Tan monotemático y contumaz como ha sido otras veces, ahora parece que el entrenador, acuciado por la necesidad, ha sacado a relucir un amplio repertorio de soluciones improvisadas pero eficaces. En el partido de las reconversiones forzadas por la crisis, Unai también se decidió por devolverle la batuta a Rubén Baraja, que dio un curso de dirección, ejerciendo de sí mismo, de Albelda e incluso de Banega. Bienvenido.

LM-CR. Me inquiere el maestro Ferran Torrent -cuya última novela, Bulevard dels francesos, va como un tiro en ventas- si Messi es ya mejor que Di Stefano. No lo sé. No alcance a ver jugar a La Saeta en su plenitud. Aquél era otro fútbol muy diferente a éste, aunque, como sostiene el gran Enzo Francescoli, "el que era bueno hace 50 años sería igual de bueno hoy, porque lo esencial sigue siendo jugar bien". Obviamente, Torrent da por sentado, sin mencionarle siquiera, que Cristiano Ronaldo no entra en la comparativa. Ni color. A CR aún le queda todo por conquistar. En cambio, Messi, pese a su tierna edad, ya ha se ha graduado en múltiples y exigentes titulaciones. CR sería el novio ideal que todas las abuelas querrían para sus nietas. A Messi, en cambio, lo adoptarían directamente como su retoño preferido. Ésa es la diferencia.