Comentábamos la semana pasada la nueva sanción por dopaje de la atleta Josephine Onyia, que hacen difícil pensar en un regreso exitoso al alto nivel deportivo. Cuando vuelva, si es que lo hace, tendrá 28 años, por lo que podríamos decir, emulando aquella película de Manolo Summers, tan lejos como de 1966, que es un «juguete roto». No es ni será el último, porque desgraciadamente el mundo del deporte está lleno de grandes campeones y de éxitos, pero también de muchos fracasos, de grandes esperanzas frustradas y de carreras cortadas de raíz por una lesión inoportuna.

El caso de Onyia, a la que ahora nadie ha salido, como la primera vez, a defender, es vergonzoso. Nacida en Nigeria, afincada en Valencia y nacionalizada a la carrera porque era una posible medallista en el campeonato del Mundo de pista cubierta de 2008, celebrado precisamente en Valencia, demuestra el lado oscuro del deporte. ¿Nadie es culpable más que ella, que con 22 años la primera vez y con 25 la segunda toma un producto prohibido con un nombre tan raro como metilhexaneamine? Mucho habría que hablar sobre ésta y otras cuestiones en torno a los fichajes y nacionalizaciones de «jóvenes» del tercer mundo, a los que como las cosas vaya mal se les deja tirados, como cuando se abandona a los animales de compañía pasadas las fiestas navideñas y el calor del regalo.

En la actualidad hay «representantes» y empresas que se dedican en algunos deportes, a visitar los países africanos, principalmente, en busca de jóvenes talentos. Se les trae a Europa, se les aloja en pisos o residencias baratas, hasta que comienzan a despuntar, En ese momento, ya tienen unos contratos con esos representantes o empresa draconianos, de manera que les queda un bajo porcentaje de lo que ganan, máxime cuando se les pasa la factura de alojamientos, manutención y de técnicos y entrenadores de los años anteriores.

Hace unos días Fernando Miñana, periodista especializado y conocedor de los entresijos del mundillo atletismo publicaba en el diario Las Provincias la siguiente noticia, que viene a constatar lo que venimos apuntando: «La plusmarquista española de los 100 m vallas (12.50) militaba en el València Terra i Mar y se entrenaba en el grupo de Rafa Blanquer hasta que el técnico y presidente del club fue informado del nuevo positivo de su atleta, a quien sí mantuvo a su lado después del primer caso de dopaje. Onyia, tras dar positivo y perderse tanto al Campeonato de España como el Mundial, se marchó a Estados Unidos, donde reside con su pareja. La semana pasada volvió a aparecer por las pistas de atletismo del estadio del Turia. Onyia regresó a Valencia a recoger sus enseres y a vender el piso en el que vivía en la ciudad y que le compró a su agente, Julia García. El positivo de Onyia se produjo sólo seis meses después de su primera competición después de cumplir su sanción por dopaje. La atleta de Blanquer estuvo lejos de sus mejores registros. Ahora puede encontrarse ante el final de una carrera deportiva llena de manchas». Lo triste, además, es que en este y otros casos, nacionalización y dopaje han ido unidos, y no solamente eso, sino que los fichajes de esos jóvenes valores africanos se están realizando con dinero de las instituciones públicas, valencianas en este caso, puesto que el València Terra i Mar vive casi exclusivamente de ellas.

Más claro todavía, es lo que se escribe en alguno de los foros de atletismo. Un atleta valenciano que escribe con el acrónimo de Lallamas apuntaba hace unos días que «es un caso digno de lástima, que le apenaba por el futuro que le esperaba». Y daba en el clavo al escribir: «Me resulta chocante que una atleta joven, que cuando llegó no entendía ni papa de español y que no le quedaba más remedio que confiar en su círculo de trabajo haya tomado drogas bajo su absoluta voluntad sin haber sido asesorada por nadie. Este caso es un cantazo que da asco, esta atleta hasta la fecha ha tenido su entrenador, médico, representante€ ¡ché! es el mismo circo una y otra vez, espero que alguna vez alguien competente tenga narices a señalar con el dedo y poner pruebas sobre la mesa para cazar a aquellos que ayer utilizaron a Josephine pero que mañana utilizarán a otro y no tendrán reparo en volverlo a repetir porque simplemente nunca caerá sobre ellos el peso de la ley».

Verdades como puños, porque la Ley antidopaje puesta en marcha por Lissavetzky, y que fue un gran adelanto tiene una importante laguna, porque los tema judiciales y los administrativos van por separado. Aquel sólo sanciona el tráfico y la administración de sustancias dopantes a terceros, pero no a quienes se dopan, y cuando un deportista da positivo en un control sólo se le sanciona a él, pero no al entorno.

Algo habrá que hacer, no sólo con el dopaje, sino contra la abusiva «trata de jóvenes deportistas africanos». Tan es así que ya hay incluso estudios y resoluciones del Parlamento Europeo sobre una cuestión tan oscura, pero hasta el momento ineficaces.