Hoy me he levantado con el pie futbolísticamente racionalista. A veces me levanto empirista, y entonces me empeño en arrojar a la hoguera toda reflexión futbolística que no contenga algún razonamiento acerca de la cantidad y del número o acerca de los hechos y cosas existentes, puesto que no pueden contener otra cosa que sofismas y engaño. Pero hoy me he levantado racionalista y estoy convencido de que en fútbol no hay cosa suficientemente lejana como para que a ella no pueda ascenderse, ni cosa tan oculta que no pueda ser descubierta. Todo tiene una justificación, desde los escupitajos de los futbolistas hasta la despedida de Manolo Preciado. Y si no la tiene, pues se inventa una y ya está. Allá vamos.

Consideración primera. ¿Por qué algunos futbolistas dan tantas patadas y otros no paran de escupir? ¿Por qué Pepe, con lo buen jugador que es, da más patadas que Piqué? ¿Por qué Rijkaard, con lo buen jugador que era, escupió a Völler en el Mundial de 1990? ¿Por qué algunos aficionados escupen desde la grada a los entrenadores del equipo rival o al jugador que lanza un saque de esquina? ¿Por qué Albelda ha conseguido que falta de Albelda suene como Frank de Boer o Dinamo de Moscú? Puede que Pepe, Rijkaard, los aficionados escupidores y Albelda sean unos elegidos por los dioses. Dicen que el emperador Vespasiano curó en Egipto a un cojo ciego untándole con su saliva en los ojos y dándole una patada en su pierna tullida, de acuerdo con las indicaciones de un sueño enviado por el dios Serapis. ¿Y si los jugadores leñeros y escupidores dan patadas y escupen para curar, y no para hacer daño? ¿Y si Pepe o un aficionado que se sienta cerca del banquillo rival creen que por jugar en el Real Madrid o pagar una entrada son tan emperadores como Vespasiano, y pueden dar patadas curativas y escupitajos sanadores?

Consideración segunda. ¿Por qué Preciado, un entrenador respetado y querido por todos, es despedido en una triste rueda de prensa? ¿Por qué en fútbol casi todas las historias de amor tienen un final triste? Rijkaard con el Barça, Luis Aragonés con el Atlético, Rafa Benítez en el Valencia. ¿Por qué Pep Guardiola, tan listo, tuerce el gesto cuando los directivos del Barça le ofrecen la renovación perpetua y los culés le juran amor eterno? Decía Plinio el Viejo que la vida no debe desearse hasta el extremo de creer que se ha de prolongar a toda costa. De todos los bienes que la naturaleza concedió al hombre, concluye Plinio, ninguno hay mejor que una muerte a tiempo. Pocos entrenadores eligen una muerte a tiempo. Casi todos quieren vivir para siempre en el banquillo, como Alex Ferguson. Pero prolongar lo que no se debe prolongar suele terminar en una triste rueda de prensa y discusiones por el finiquito.

Consideración tercera. ¿Por qué demonios la cantera del Barça produce como churros jugadores del estilo de Xavi, Iniesta, Cesc o Thiago? Demócrito estaba convencido de que lo semejante es atraído por su semejante, como si la semejanza que hay entre las cosas tuviera una cierta capacidad de reunirlas. Puede que sea eso. Puede que la semejanza que hay entre los jugadores del Barça tenga cierta capacidad de reunir a tantos jugadores del estilo de Xavi, de forma que en los colegios que nutren a la Masía todos quieren tocar balón para hacer algo con él, y no sólo porque tocarlo mola.

Consideración cuarta. ¿Por qué nos gusta el fútbol? Menuda pregunta. Pero puede que la mejor respuesta sea cambiar esa pregunta. Al igual que los seres humanos empezamos a entender el universo el día en que los científicos dejaron de preguntarse por qué o con qué fin y se limitaron a preguntarse cómo (ese día fue el siglo XVII), puede que haya llegado el momento en que dejen de preguntarnos a los futboleros por qué nos gusta el fútbol y se concentren en preguntarnos cómo nos gusta el fútbol. ¿Nos gusta el fútbol como una forma de alegrarnos la vida, o como otra manera de hacerla más penosa? ¿Nos gusta el fútbol como juego, o como sentido de la vida? ¿Nos gusta el fútbol como postre, o como plato principal?

No quiero que estas cuatro consideraciones de amor al fútbol terminen con una empirista canción desesperada al pensar en las 74 personas muertas en Egipto después de un puto partido. A veces, es agradable levantarse racionalista. Sólo así es posible hablar de fútbol en estos tiempos de cólera. Sólo así es posible comparar a un defensa central con Vespasiano sin que se enfade el defensa ni se mosquee el emperador.