El Valencia tiró ayer de coraje para dar esperanzas a su afición ante su próxima aventura en los octavos de final. La actitud del equipo en la segunda parte, cuando jugaba con uno menos frente a un Bayern que había gobernado el primer tiempo sin apenas discusión, abre una vía de optimismo para lo que está por llegar. Al mando de Banega y lanzado por la incombustible energía de Feghouli y Soldado, el Valencia estuvo muy cerca de ganar el Valencia estuvo muy cerca de ganar y presentarse al último partido de la liguilla al frente del grupo. Su atrevido desafió se quedó a medias, porque al Bayern le sobraron fuerzas y sensatez para empatar el choque y abandonar Mestalla con el liderato en el zurrón.

El partido fue un monólogo del Bayern en la primera parte. Se apropió de la pelota y ya no la soltó hasta el final. Fue el Bayern orgulloso de siempre, al que jamás le asustan las grandilocuencias. Bien lo saben la mayoría de generaciones valencianistas. Con la obligación histórica de asegurarse la primera posición, el equipo teutón dibujó el encuentro a su manera. Fijó las posiciones en el campo, cerró agujeros y tanteó por donde avanzar metros. Escogió más la banda izquierda, donde Ribéry planteó un duro desafío a Barragán, al que terminó desquiciando muy pronto con sus diabluras. Una dura entrada al francés fue el preludio de la expulsión del lateral, un handicap menos determinante de lo esperado. Misterios del fútbol, el Valencia entró en el partido en inferioridad.

El partido reflejó muy pronto la cruda realidad: La evidente diferencia de recursos entre el Valencia y la élite europea, perfectamente retratada por el laureado equipo de Munich. El Valencia sobrevivió parte de la noche por casta ante un rival con más fortaleza en todos los frentes. Tiene excelentes futbolistas, pero su fuerza está en el colectivo, como en el Bayern de toda la vida.

Banega y Parejo vivieron un incómodo primer tiempo en el centro del campo, donde no hubo manera de gestionar el balón. Era recibir y sentir en el cogote el aliento de tres, a veces cuatro, futbolistas de rojo. Schweinsteiger y, sobre todo Kroos y Javi Martínez, gobernaron el juego durante mucho rato, lo que dejó al Tino Costa sin presencia para achuchar a Soldado. Algo parecido ocurrió en las bandas, donde el mando fue del Bayern. Qué envidia debió sentir Pellegrino al ver a los laterales Alaba y Lahm ocupar tantos metros.

Con el control del partido, el peligro lo puso el Bayern, que juega el fútbol una parsimonia engañosa. En cuanto te descuidas, se presenta en el área en disposición de marcar. La respuesta de Ricardo Costa y Rami evito más trabajo a Guaita, sólo dos veces protagonista antes del descanso. El excelso trabajo de los centrales permitió al Valencia seguir con vida, preparado para irrumpir en el partido en cualquier momento. Así se explica como Soldado y Feghouli fabricaron la ocasión más clara. Neuer se estiró al segundo palo para evitar el gol en el remate del francés.

Qué se le pasaría por la cabeza a Barragán, con una amarilla ya apuntada, para lanzarse como un loco a las rodillas de Alaba en la siguiente acción. Lo que nadie esperaba es que su expulsión dio paso a un Valencia mucho más dinámico en la segunda parte. La sentencia de muerte resultó ser una acicate inesperado.

Todo parecía en contra del Valencia, que metabolizó su desventaja numérica con el coraje y la decisión de un equipo campeón. Con Banega al mando, el equipo compitió al máximo en cada metro del césped, como si le fuera la vida en ello. Paradojas del fútbol, la expulsión le aclaró las ideas y se abrió un escenario distinto. El grupo de Pellegrino incrementó el ritmo, presionó al Bayern en los límites del área y salió decidido a por el gol, esta vez con el criterio del equipo que sabe gestionar el contragolpe. Sorprendido, Heynckes dio más peso ofensivo a su equipo y envió al gigantón Mandzükic a pelarse con los centrales.

Banega fue el resorte que el Valencia encontró para lanzar al equipo hacia el área de Neuer. Y Soldado y Feghouli, como de costumbre, las dos lanzas con las que acercarse al gol. Hasta Guardado, perdido hasta entonces, despabiló en su lucha por llegar a la pelota. La labor de Cissokho admitió menos discusiones. Firmó un partido sensacional. A la tercera, el Valencia encontró el premio esperado. Feghouli, cada día más valorado, protagonizó el primer gol de la noche. Se burló, con dos recortes, de sus marcadores, y envió la pelota a la red desde el balcón del área. Una locura que Mestalla agradeció con una explosión de decibelios que parecía olvidada. El Bayern, poderoso y ambicioso, no había muerto. No lo hace nunca. Absolutamente entregado, empató el partido por obra de Müller, y salió de Mestalla como primero del grupo. Eso sí, con el miedo de volverse a encontrar en el camino a este Valencia atrevido, capacitado para todo.