En Vinalesa, en l´ Horta Nord, la pelota se refugió en los años sesenta en un pequeño frontón particular y volvió a salir a la calle, reivindicando el espacio público del recuperado valencianismo, en 1978. Las cuatro barras de la Corona de Aragón identifican el escudo de un club que fue pionero en recuperar el espacio cultural que le corresponde al «joc de pilota». La irrupción de un joven como Puchol animó a los aficionados que le siguieron con pasión. Puchol se inició en el frontón y el juego a Llargues, en el trofeo de fiestas de Borbotó. Un año después llegó a las semifinales del torneo de «galotxa» y meses más tarde ya se anunciaba en las estelares de Pelayo. Carrera fulgurante que ahora continuará su hijo, si las lesiones le respetan.

Vinalesa tuvo claro que todo hay que asentarlo en un club y en una escuela. Allí estaba Valero para tirar del carro y otros muchos que recogieron el testigo hasta que un ayuntamiento sensibilizado se lanzó a construir una hermosa cancha, jugadora, reboteadora, sin apenas obstáculos, donde el juego técnico se apodera de la fuerza. Esa cancha lleva diez años activa. Ha acogido grandes eventos de finales federativas.

Allí aprenden los secretos del deporte una buena pléyades de niños que garantizan la continuidad de una obra iniciada de forma sólida y que tuvo en el Trofeo Joaquín Delgado, con más de treinta años de vida una de sus obras más emblemáticas. Hoy, un nutrido grupo de jóvenes mantienen una constante actividad.

Practican el deporte y siguen con interés las evoluciones de las distintas formaciones que participan en las competiciones federativas. Animan en los trinquetes a esa joven figura, Puchol II que encandila por su potencia y calidad en los trinquetes. Lo tienen todo para seguir soñando. Hay que felicitar a quien tanto ha hecho y hace por la pervivencia de este deporte.