Bermudas, zapatillas de deporte y una gorra. Estas tres prendas, saber nadar y la valentía propia del que se enfrenta a una novedad, son suficientes para adentrarse en aguas de la Malva-rosa y recibir la primera clase de vela. Para tener el conocido «bautizo de mar». La escuela municipal de vela, en este caso, se encarga de todo lo demás.

«¡Cuidado con la botavara!», le advertía Enrique Torrijo a un chaval de sólo ocho años que, el pasado martes, recibía su segunda clase de vela. «¡Ojo con el foque!», le gritaba al niño que, junto a otro compañero y sobre un «Topper (velero de sólo 2,95m de eslora)», ya sabía cómo leer el viento y maniobrar para que el barquito, tal cómo había pedido el instructor, bordeara la boya naranja.

Y es que, antes de ponerse el chaleco salvavidas y dar el salto del pantalán al velero, los niños ya habían recibido las instrucciones básicas sobre cómo desenvolverse sobre un barco y las palabras básicas del mundo marino: babor, estribor, proa, popa, izar, arriar, puños, sables? Pero, como se aprende más equivocándose que escuchando, los profesores trasladan la enseñanza al escenario: el mar.

Son las once de la mañana y, bien untados de protector solar y con muchas ganas de divertirse, los niños se distribuyen por pareja sobre una docena de «topper».

«Allá vamos», anuncian los instructores que, en tres lanchas, escoltan a los niños desde la dársena hacia el que de forma figurada sería el campo de regatas.

Y, esta acción, se repite curso tras curso desde que en 2010 la escuela municipal de vela empezara a impartir unos cursos que, aunque tienen su auge en verano, se realizan durante todo el año. «Valencia tiene un clima privilegiado y eso permite practicar este deporte todo el año», apunta Miguel Sánchez, gerente de la escuela. «En Valencia, con la Copa del América, la práctica de la vela recibió un empujón muy importante pero con la batalla legal que envolvió a la competición de 2007 a 2010 se dio un frenazo. Ahora, de nuevo, es un deporte que tiene muchos seguidores», explica tras reconocer que, para el mes de julio, ya no pueden ofrecer plazas porque está todo cubierto. El tope de plazas en cada curso, que suelen ser semanales, es de 80 niños. «La vela es un deporte asequible a todos los bolsillos y, para los niños, es atractivo porque es una practica muy distinta a la habitual. La motivación por aprender del niño, o chaval, es muy buena y, cuando salen el mar tienen disciplina y acatan las órdenes con facilidad», indica.

Pero la oferta va más allá de la mera iniciación ya que, en la mayoría de los casos, los aprendices repiten. Y tras manejar el «topper», prueban con los barcos colectivos «595» en los que el buen manejo del velero depende de la habilidad de los regatistas. «En el setenta por cien de los casos, los que hacen el curso repiten. En primavera han pasado por la escuela más de 3.300 niños y el verano pinta muy bien», confirma Begoña Alday, directora de la escuela. Los grupos se conforman por edades y, así, el de los más pequeños es de 6 a 8 años, el segundo de 9 a 11 y el siguiente el de chavales de mas de doce años. «Esto es una escuela y por tanto no es competitiva. A los niños que quieren competir se les deriva a los clubes náuticos para que tengan una continuidad», sostiene. En las escuelas, además de instruir a los niños en las habilidades náuticas los monitores inciden en los valores de un deporte en el que el trabajo en equipo es clave así como la superación de retos, el autocontrol, la superación, la anticipación y liderazgo.