Los años de bonanza económica llevaron a la CAM al olimpo de las entidades financieras españolas, pero su calvario ha sido paralelo al del conjunto de la economía española. Fuertemente expuesta al sector inmobiliario y contaminada por cuestiones políticas, en su propio éxito llevaba el germen del fracaso. Hoy, la que fue octava entidad financiera española, que emitió cuotas participativas en una estrategia de expansión incluso internacional, puede acabar siendo absorbida por un banco e incluso desaparecer como marca a largo plazo.

La decisión del Banco de España de reestructurar el mapa de cajas puso a la CAM, como a Bancaja, en el punto de mira de las entidades de crédito contaminadas y necesitadas de alianzas para mejorar su solvencia y garantizar su futuro. Constatada la imposibilidad de una fusión regional, la caja alicantina rechazó los cantos de sirena de Caja Madrid y apostó por ser cabeza de ratón antes que cola de león. Planteó una fusión fría con Cajastur (que ya negociaba con Caja Extremadura y Caja Cantabria) confiando en un equilibrio de poderes. Se trataba de aportar tamaño a cambio de solvencia.

La CAM fue actriz estelar de la burbuja inmobiliaria en la Comunitat Valenciana. El 22% de sus créditos están vinculados a promotores, según los datos del segundo semestre de 2010. Se ha visto afectada por casi todos los grandes concursos de constructoras e inmobiliarias como el de Martinsa, Llanera o Polaris World, entre otras. Se embarcó incluso como accionista en proyectos ligados al ladrillo en Valencia y Alicante, como el Plan Rabasa. Su laxa política de crédito en los años de bonanza le obligaron a asumir cientos de millones en activos cuando estalló la crisis y muchos acreedores no pudieron hacer frente al pago de sus cuotas hipotecarias. Su tasa de morosidad roza el 9%, pero alcanza al 10% en el caso de préstamos hipotecarios. Muchas de las viviendas que ha tenido que ejecutar están en la costa, zona que está sufriendo la mayor corrección de precios, lo que deteriora sus balances.

Muchas cajas de ahorros se pusieron la venda en los ojos pese a las advertencias de que la burbuja podía estallar confiando en un aterrizaje suave. Sin embargo, la CAM, al igual que Bancaja, se ha ido revelando como entidad en la que se asumieron demasiados riesgos, muchas veces alentados por el maridaje entre la economía y la política local. Del mismo modo que la CAM se embarcó en proyectos ahora paralizados con empresarios como Enrique Ortiz, tampoco ha podido escapar del influjo político (su presidente Modesto Crespo lo es tras un enfrentamiento entre las facciones campsista y zaplanista del PP). Ha financiado a la Generalitat cuando ésta ha tenido problemas de liquidez. Atrás quedaron aventuras muy amargas como la de Terra Mítica, donde ha perdido muchos millones de euros.

En los últimos días Cajastur, Caja Extremadura y Caja Cantabria esgrimían la existencia de un informe sobre la CAM que reflejaba una peor situación de sus balances de la que había cuando se negoció el SIP. En ámbitos financieros se especula con que los problemas económicos podrían ser mayores de los admitidos. La caja lo niega, pero lo cierto es que las mayores exigencias de capital por parte del Gobierno han acelerado las discrepancias. El grupo en conjunto presentaba un "core capital" del 8,2%, frente al 10% exigido para mantenerse como cajas y al 8% para salir a bolsa. La caja alicantina era la que desequilibraba las carencias de solvencia. Los exsocios exigieron ajustar la aportación real a la fusión y rebajar la participación de la CAM del 40% al 27%. Esto significaba para la entidad quedar sometida a los designios de Cajastur y su presidente, Manuel Menéndez, con quien la relación ha sido complicada desde el primer momento. La baraja ya está rota y ahora la CAM afronta un incierto futuro.