Tras muchas dudas, desacuerdos y tiras y aflojas, los líderes europeos cerraron el miércoles su última cumbre con una serie de medidas que los expertos no se atreven a calificar como definitivas para resolver de una vez la crisis del euro. Son muchas las incógnitas —entre ellas, que no se haya avanzado con paso firme hacia un gobierno económico europeo— y hay alguna certeza incuestionable: desde que se abrió la caja de los truenos de la deuda soberana, con Grecia, en la primavera de 2010, la Unión Europea no ha dejado de dar palos de ciego en forma de acuerdos alcanzados in extremis pero que, a la postre, ser han revelado insuficientes y no han hecho más que agravar la situación, como pone de manifiesto el contagio de la deuda a cada vez más países por no haber atajado de cuajo el origen de la misma: Atenas. Es algo que encoge al mundo, porque no hay duda de que el fin de la eurozona provocaría un cataclismo internacional y, entonces, podría mutar la Gran Recesión que vivimos y devenir en una segunda Gran Depresión, aquella crisis iniciada formalmente el 24 de octubre de 1929 con el crash de Wall Street que se convirtió en el precedente de la Segunda Guerra Mundial.

El hundimiento de la Bolsa neoyorkina no fue cosa de un día, sino que se prolongó en sucesivas sesiones a lo largo de los dos meses siguientes. Después «sobrevino una crisis financiera de consecuencias devastadoras. La crisis explotó en mayo de 1931 con la quiebra del gigante austríaco Creditanstalt. La desconfianza se extendió de Viena a Berlín, donde en pocas semanas se produjo una masiva retirada de depósitos. La paralización del sistema bancario germano se contagió al resto de Europa, con quiebras y suspensiones de pagos en Italia, Hungría, Checoslovaquia y otros países del Este continental. Las entidades que no cerraron fueron intervenidas. La economía mundial cayó en picado y una década después la producción y el empleo todavía no habían recuperado el nivel de 1929». ¿Les recuerda a algo?

La cita es obra del catedrático de Historia Económica de la Universidad de Alcalá, Pablo Martín-Aceña, quien, en un reciente artículo publicado en El País, concluye que «aún no sabemos del todo la intensidad, duración y coste de la crisis, pero por la senda que vamos puede ser peor que lo ocurrido hace más de 80 años». No es el único ni el primero que lo plantea. El propio Martín-Aceña y María de los Ángeles Pons, de la Universitat de València, firman un texto sobre los orígenes y desarrollo de la actual crisis en el volumen colectivo El sistema bancario tras la Gran Recesión, presentado esta semana por la Fundación Cajamar en Valencia, en el que se preguntan si asistimos a una nueva Gran Depresión. Tras repasar los autores los paralelismos entre ambos fenómenos efectuados por algunos economistas de renombre, la conclusión es inquietante, como poco.

Martín-Aceña y Pons citan las áreas en que los estadounidenses Michael Bordo y Harold James han establecido una comparación entre ambos episodios. Una primera está referida a la política monetaria y en este caso «sugieren» que la Reserva Federal de EE UU y el Banco Central Europeo «han evitado en buena medida los errores cometidos en la década de los treinta», ya que, «en lugar de una defensa a ultranza de los tipos de cambio o de objetivos fijos de inflación, han adoptado políticas permisivas de crédito con el fin de suministrar al mercado toda la liquidez que fuera necesaria». Estas decisiones han permitido hacer frente, al menos hasta ahora, «a un casi seguro colapso del sistema bancario» y, aunque «no van a resolver la crisis», sí han «servido para frenar el descenso a los abismos».

La segunda área analizada por Bordo y James es la financiera. En este caso, los autores del artículo recuerdan que las quiebras bancarias iniciadas en 1931 se produjeron por los desequilibrios que las entidades acumularon durante los felices años veinte y que provocaron el deterioro de sus balances. «Se rescataron bancos, el Estado se hizo cargo de ellos mediante nacionalizaciones encubiertas o directas, pero los balances no se sanearon y el crédito dejó de fluir», afirman los autores, que añaden que «algo parecido ha ocurrido en esta crisis: La doctrina del "demasiado grande e importante para quebrar"», ha permitido que los bancos se salven, «pero no cumplen la misión de intermediación que tienen asignada y la economía no se recuperará hasta que los balances se reconstruyan».

El tercer ámbito de análisis de Bordo y James son los desequilibrios globales.El punto de partida fue la Primera Guerra Mundial, de la que Europa salió altamente endeudada y tras la que perdió su capacidad exportadora, «mientras que Estados Unidos se situó como acreedor mundial y único centro financiero capaz de suministrar la liquidez requerida por la economía mundial. Cuando llegó la crisis, el nacionalismo ganó terreno en todas partes, se alzaron barreras arancelarias, se impusieron controles de cambio y cesó la financiación internacional. Ahora —añaden Martín-Aceña y Pons— los desequilibrios económicos globales son también evidentes: de un lado los países desarrollados, endeudados, con tasas de ahorro negativas y crecimiento bajo; de otro, China y las economías emergentes, con elevadas tasas de ahorro, abultadas reservas en forma de dólares, divisas fuertes y crecimiento rápido». Todo ello sin olvidar que China avanza hacia la hegemonía económica de igual forma que EE UU lo hacía en los años treinta del pasado siglo.

«Si vuelve el nacionalismo y retrocede la globalización, estaremos en una situación parecida a la de hace ochenta años», afirman los autores, que citan a los también economistas Barry Eichengreen y Kevin O'Rourke para dar a los lectores un pequeño respiro, porque estos últimos «sostienen que nuestra Gran Recesión no se convertirá en Gran Depresión sencillamente porque se están evitando los errores macroeconómicos que se cometieron en los años treinta». Ello a pesar de que el descenso de las cotizaciones de Wall Street desde principios de 2008 «ha sido más rápido y profundo que en 1929-1930, que la caída de la producción mundial estaba siendo hasta hace poco [no se contemplaba en el momento de la redacción la recaída que se está produciendo en estos momentos] tan intensa como la de los doce meses que siguieron al colapso de 1929 y que la caída del comercio mundial lo está haciendo a un ritmo más acelerado que en el bienio 1929-30». Vértigo es la palabra que de inmediato viene a la mente.