Érase una vez un Banco tan popular tan popular que generosamente decidió beneficiar a sus clientes. Para ello se reunió su presidente, que era como si fuera el rey del Banco, con sus más fieles y nobles consejeros. Y lleno de orgullo les debió decir: «Amados amigos os he convocado para que con vuestro agudo ingenio me digáis la mejor forma de premiar a nuestros leales clientes...» Y hete aquí, que tras horas y horas de animados debates aquellos sabios financieros al fin, dieron con la mágica formula que su monarca tanto anhelaba...

Las Convertibles, si las Convertibles... Nuestros respetados clientes podrán transformar sus aburridas cuentas corrientes o sus anodinos plazo fijos, primero en bonos, si claro, en bonos que les reportarán unas sustanciosas rentas o intereses. Y en unos añitos estos bonos, tras sufrir extrañas y mágicas transmutaciones, por fin se convertirán en acciones. Y nuestros amados clientes, de esta manera tan feliz, pasarán a ser nada menos que propietarios. Sí, propietarios accionistas de uno de los bancos más populares de España. Por desgracia, porque sus acciones se desploman cada hora...

Y si por estas generosas dádivas de su majestad, el presidente del Popular, resúltase que los ahorros de los clientes misteriosamente se evaporasen al travestirse en acciones, como está pasando, pues no pasa nada, hombre...

Más trabajo para sus señorías que después de las preferentes, las subordinadas, las acciones de Bankia, los Valores Santander, y lo que te rondaré morena, ya casi están acostumbrados a tener que enmendar nuestros crueles y variopintos desaguisados. Que siempre acabamos montando. Eso sí, siempre siempre con las mejores intenciones...