Gagarin, completa el interlocutor cada vez que se deja caer el nombre. Él, para colocarse en las antípodas del héroe soviético, muestra su tarjeta de presentación: emprendedor, liberal, «en el centro, centro» le subrayó a Carlos Alós (llegará el momento en que lo contrario de la derecha sea el centro y la izquierda sea solo una mano poco hábil). Al candidato de UPYD se le pueden atribuir al menos dos logros durante esta campaña. Uno: llenar de significado la letra menos trascendente de la formación. Dos: un chascarrillo con más póvora política que la mayoría de mítines, lo que podría valer la papeleta de los agnósticos que valoran el voto gamberro. Al asestar el gancho «sin trampas ni Cantó» en el debate televisivo, el número uno por Valencia constató lo liberadora que es la derrota anticipada: se desenvuelve uno igual que en el espacio exterior, sin complejos. Como los ganadores suelen tener todo lo demás (razón, sobre todo), los derrotados pueden quedarse con su reducto de lucidez. Él, además, ha perdido hasta el apellido, el primer lastre del ser humano. Con el impacto de su nombre no hacen falta más coordenadas, salvo una: que es de «centro, centro». No vaya a ser que alguien vaya a buscarlo a Klúshino en lugar de a Catadau.