Juan Carlos Monedero, uno de los cofundadores de Podemos defendía el pasado jueves en el programa «Espejo Público» de Antena 3 que las dimisiones en su partido no manifiestan una crisis interna. Lo achacó a que el partido del círculo ha crecido muy rápido y es normal que haya personas que abandonen la formación, pero insistió en que «entre Iglesias y Errejón no hay fricciones» y criticó que los poderes económicos utilicen medios de comunicación para airear estas discrepancias «y así justificar una gran coalición» entre el PP, PSOE y Ciudadanos. El argumento sería bueno si no fuera por el veto de los dos últimos partidos a que Mariano Rajoy encabece un futuro ejecutivo —y el líder del PP no piensa dimitir, pese a las primeras críticas internas— y a que es muy difícil que los populares se adhieran como subsidiarios a un Gobierno de Pedro Sánchez.

Que Podemos padece dos tipos de crisis parece obvio. La formación liderada por Pablo Iglesias ha visto en las últimas semanas como han estallado varios consejos ciudadanos en el País Vasco —ya resuelta con una nueva dirección afín—, donde se presentaron hasta cinco listas diferentes, Galicia, La Rioja, Cataluña y la última y más sonada: Madrid.

La dimisión, este miércoles, de nueve de los 34 miembros del consejo ciudadano de esta última comunidad por discrepancias con la dirección encabezada por Luis Alegre, otro de los pioneros del partido, siguió a la del secretario de Organización de dicho consejo, Emilio Delgado, diputado en el Parlamento regional y hombre de confianza del número dos de la formación, Íñigo Errejón. Un problema que viene de atrás: en noviembre pasado dimitieron los dos primeros integrantes de ese órgano, con lo que en realidad son 12 los críticos con Alegre que han dejado su cargo.

Hay quie achaca estas disensiones al hecho de haber tenido un crecimiento geométrico de afiliados en muy poco tiempo. Vamos, como el malestar que sufren los lactantes al crecer, con los «estirones», cuando dejan de mamar

Desmentido colectivo

El secretario general del partido, Pablo Iglesias, y su portavoz parlamentario, Íñigo Errejón, han tratado estos últimos días de aparentar normalidad, y este jueves lanzaron a buena parte de sus pesos pesados a frenar la imagen de desunión. Desde el propio Errejón, que acusó al PSOE y sus medios afines de fomentar un enfrentamiento entre él e Iglesias, hasta el jefe de la formación en Aragón, Pablo Echenique, y la líderesa en Andalucía, Teresa Rodríguez. una de las cabezas visibles del sector izquierdista del partido, la corriente Anticapitalistas. Todos coincidieron en la normalidad del debate interno;una de las señas de identidad de las que se jacta el partido morado.

Iglesias ironizó, oncluso, desde su cuenta de Twitter: «He mandado a Carolina Bescansa (secretaria de Análisis Político y Programa) y a Íñigo Errejón a Siberia a reeducarse por ¡disidentes!». Errejón le respondido: «Malas noticias para los que buscan excusas para la gran coalición de la restauración: con Pablo Iglesias, hombro con hombro».

Con todo, el centralismo reforzado de Iglesias en lo territorial y en lo ideológico siempre es un serio riesgo de choque con quienes tienen otros puntos de vista. Así le pasó al mismo Echenique cuando quedó fuera de la dirección nacional.

Crisis territorial

Por si la lucha por el poder interno fuera poco, el partido de Iglesias se enfrenta a otro problema más complejo: el territorial. La dirección de Podemos Galicia ha recibido con malestar la propuesta del viernes del líder de Anova, el histórico nacionalista gallego Xosé Manuel Beiras, de convertir En Marea en un partido instrumental en caso de unas nuevas elecciones en junio y de cara a las gallegas previstas parael otoño. Beiras y otros altos representantes de las Mareas locales, con los alcaldes de Coruña y Santiago al frente, se han quejado de no poder tener grupo parlamentario en el Congreso al presentarse en coalición. Y es que Podemos no quiere ni oir hablar de integrar a sus estructuras regionales en otras formaciones autónomas, aunque estas sean más representativas.

Podem en Cataluña funciona de forma interina desde la renuncia de su secretaria Gemma Ubasart, el pasado otoño. El panorama es complejo. Nunca ha podido consolidar una estructura propia, ya sea por la fuerza y experiencia de Iniciativa (ICV) o la exitosa fórmula En Comú, la marca de la alcaldesa de Barcelonma, Ada Colau, y del coportavoz del grupo Podemos en el Congreso, Xavier Domènech. Además, Colau ya ha anunciado que quiere liderar una nueva fuerza política que reúna a toda la izquierda no independentista en Cataluña, a la izquierda del PSC. Y ahí queda poco sitio para la visualización de los «morados», que encima tienen la competencia de la CUP en el segmento independentista.

En la Comunitat Valenciana el caso es diferente. , Compromís ya demostró en las autonómicas y municipales de mayo pasado su liderazgo político a la izquierda de los socialistas. Además, los cuatro diputados del partido de Mònica Oltra y Enric Morera que resultaron electos entre los nueve de la coalición con Podem dedecidieron separarse del partido de Iglesias y tener visibilidad propia. La falta de apoyo del partido del círculo a la hora de intentar formar un grupo parlamentario valenciano fue la gota que rebasó en vaso. Desde entonces, Joan Baldoví y los suyos vuelan con perfil propio en el Grupo Mixto de la Cámara y tienen un papel de primer orden —elogiado por el líder socialista, Pedro Sánchez— en las negociaciones «a cuatro» para intentar formar un gobierno progresista.