El pasado día 3, a primera hora de la mañana, el socialdemócrata José Serra era un cadáver político. Las encuestas de última hora no sólo le daban perdedor frente a Dilma Rousseff en la primera vuelta de las presidenciales sino que, además, auguraban que las posibilidades de que no hubiera segunda vuelta crecían cada minuto. Doce horas después, Serra había salvado el cuello pese a su escuálido 32,6% de apoyo popular; Rousseff, con un 46,9%, había logrado una victoria insuficiente. Gane o pierda hoy, el intento de Serra por alcanzar el Palacio do Planalto debería ser estudiado por los aspirantes a politólogos. Según todos los analistas, incluidos correligionarios suyos como el ex presidente Cardoso, la campaña de este economista de 62 años ha sido un cúmulo de despropósitos impropio de una persona que se inició en la política a principios de la década de 1960, como líder estudiantil, y ha recorrido uno a uno todos los escalones que conducen a la cúspide del poder: ministro regional (1982-1986), diputado (1986-1994), ministro con Cardoso en dos ocasiones (1995-1996 y 1998-2002) y candidato presidencial ese último año.

Ahí fue cuando se frenó su estrella ascendente. Después de tres intentos fallidos, Lula volvió de nuevo a la carga en 2002 y se encontró con un Brasil que, tras ocho años de estabilización económica muy poco redistributiva, estaba dispuesto a intentar las recetas contra la miseria que proponía el líder sindicalista del Partido del Trabajo. Como ministro de Sanidad, Serra se había aureolado con su victoria frente a las multinacionales farmacéuticas en su combate por poner en el mercado medicamentos genéricos contra el sida. También había obtenido resultados notables contra la mortalidad infantil. Tenía, pues, un componente social que se combinaba con la garantía de que no alteraría la ortodoxia económica introducida en Brasil por Cardoso. Y, además, contaba con el apoyo de cuatro partidos que agrupaban a dos tercios de los diputados. Y con nutridos coros de voces, dentro y fuera del país, que gritaban al unísono un lema lanzado por el especulador George Soros: "Es Serra o el caos". Pero no fue Serra, fue Lula, aunque en segunda vuelta. Tampoco fue el caos, sino el despegue internacional de un Brasil que, junto a China e India, lidera el grupo de potencias emergentes.