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La herencia envenenada de lord Arthur Balfour

La carta de 1917 abrió el camino que permitió la proclamación del Estado de Israel en 1948

La herencia envenenada de lord Arthur Balfour

Palestinos e israelíes libran una desigual y enconada lucha desde hace décadas, una lucha que también se libra en el terreno del relato histórico sobre los inicios del conflicto más enquistado de Oriente Próximo. A pesar de sus discrepancias, ambos pueblos coinciden en señalar la importancia que tuvieron sobre su destino 67 palabras mecanografiadas hace 100 años en un despacho en Londres. Para los israelíes marcaron el inicio de un camino que se consumaría en 1948 con la creación del Estado de Israel. Para los palestinos marca un sentido inverso: el de la «Nakba», el «desastre» con el que se refieren a su desposeimiento, exilio y ocupación a manos hebreas.

El pasado 2 de noviembre se cumplió el primer centenario de la Declaración Balfour, una carta enviada en 1917 por el entonces ministro de Exteriores británico, lord Arthur Balfour, a lord Walter Rothschild, uno de los miembros más influyentes de la comunidad judía británica.

En ella, «el Gobierno de Su Majestad» contemplaba «favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío» y afirmaba que «utilizará todos sus esfuerzos para facilitar la consecución de este objetivo». No obstante, matizaba en un calculado ejercicio de ambigüedad, que «no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina».

Aquel texto supuso una victoria moral para el joven movimiento sionista -fundado en 1897, en plena época imperialista, por el periodista austríaco Theodor Herzl-, que abogaba por la creación de un Estado judío y que veía por primera vez cómo una gran potencia reconocía sus aspiraciones.

El problema, afirma la profesora de Periodismo de la Universitat de València y experta en Oriente Próximo, Lola Bañón, es que el documento de Balfour era «una declaración de corte colonial, que no tuvo en cuenta las aspiraciones o temores de la población árabe» autóctona de Palestina, que en 1917 representaba el 93 % de la población frente a un siete por ciento judío.

Promesas enfrentadas

Balfour envió su carta en noviembre de 1917, en plena I Guerra Mundial, cuando Palestina era una provincia del Imperio Otomano. Sin embargo, hacía tiempo que el Gobierno británico albergaba planes de expansión en esta zona una vez los turcos fueran expulsados.

Para precipitar la derrota del enemigo turco, los británicos habían enviado al desierto arábigo en 1916 a un joven oficial, T. H. Lawrence -más conocido como Lawrence de Arabia-, para convencer a las tribus árabes para que se rebelaran contra Estambul. Para conseguirlo, hizo una vaga promesa de un estado árabe independiente tras la guerra.

Pero las potencias coloniales -Francia y Gran Bretaña-, nunca tuvieron una intención real de cumplir esa promesa, y casi al mismo tiempo que se enrolaba a los árabes contra los turcos, un par de diplomáticos británico y francés, sir Mark Sykes y François Picot, negociaban en secreto el desmantelamiento del Imperio otomano y el futuro reparto del mundo árabe.

«Oriente Próximo tal como lo conocemos es una creación colonial», afirma Bañón, «los mapas fueron hechos en despachos lejanos y las poblaciones no fueron tenidas en cuenta», agrega. En aquel pacto secreto, Palestina quedó bajo administración internacional.

Es en este punto de la historia cuando hace su aparición Balfour. Para los círculos de decisión en Londres, favorecer un Estado judío en un Oriente Próximo por rehacer tras la debacle otomana podía significar crear un aliado que ayudara a afianzar sus propios intereses.

Legado

Una vez concluida la I Guerra Mundial, se formalizó el reparto de Oriente Próximo entre británicos y franceses. En 1922, la Sociedad de Naciones, predecesora de la ONU, creó el mandato británico de Palestina, cuyo texto fundacional recogía la parte sustancial de la Declaración Balfour y reconocía, además, «la conexión histórica del pueblo judío con Palestina».

Pero esta región no era, como decía la propaganda sionista «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». En 1917 había 600.000 árabes por 56.000 judíos, pero es innegable que el texto de Balfour tuvo un efecto impulsor en la llegada de un mayor número de inmigrantes judíos a la zona. Así, en 1939 la población hebrea ya llegaba a las 475.000 personas.

Para entonces el mandato británico ya hacía tiempo que era un polvorín. Entre 1936 y 1939 se produjo una gran revuelta árabe contra la inmigración judía que fue duramente sofocada por los británicos. Después vendrían la II Guerra Mundial, los horrores del Holocausto, el plan de la ONU de partición de Palestina entre judíos y árabes y finalmente la proclamación de Israel en 1948.

A la vista de los acontecimientos, es indudable que Balfour dio al movimiento sionista el espaldarazo que necesitaba para cumplir sus planes. Pocas veces en la historia tan pocas palabras, 67, han marcado el destino de tantos durante tanto tiempo. Esta es la herencia envenenada de lord Arthur Balfour.

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